Por Saúl Campos/ Se han escuchado disparos a lo lejos, y Tom ha descubierto a Grace una mujer fugitiva de gángsters que la quieren encontrar. Él decide ocultarla en su pueblo, Dogville, una modesta aldea entre las montañas rocosas de los Estados Unidos. Los habitantes de este pueblo que no figura en ningún mapa han conferido darle asilo por dos semanas, en las cuales su estadía estará a prueba, pero tras ganarse a cada uno de los habitantes del pueblo y comenzar a formar parte de él, la bondad que Grace creía haber encontrado, comenzará a mostrar los dientes de cada uno de los perros que conforman al poblado.
Sin duda es un suceso histórico, la primer adaptación oficial para teatro de Dogville, uno de los trabajos más aclamados del director Lars Von Trier, es mexicana y estrena en el Teatro Helénico bajo la dirección de Fernando Canek. Un oscuro relato que se coloca como una se las obras más siniestras de la cartelera, y una de las más realistas.
Tras quince años del estreno del filme original, protagonizado por Nicole Kidman, junto a un elenco del que destacan nombres como Lauren Bacall, Stellan Skarsgård, Paul Bettany o Chlöe Sevigny, realmente no hay mucho que poder spoilear de esta historia sobre la condición humana, y los demonios de la misma. Un relato sobre todo lo que los humanos podamos hacer mal, cuando la razón para hacer el daño se presenta como una buena opción.
La adaptación en español de Miguel Cane de un texto original de Von Trier bastante teatral persé, le hace honor al original, no nos defrauda, aunque quizás se queda bastante tímido al poder prescindir de la narrativa a favor del diálogo o de las acciones indicadas. Sin embargo, la dirección de Fernando Canek es sin duda la base para que esta obra logre el efecto tan oscuro que necesita y se convierta en este juego de poder que exige audiencia y no precisamente para complacerla.
Canek entiende la naturaleza de Von Trier al juzgar la condición humana y su maldad implícita como algo justificable según las circunstancias, dando como resultado que el director lleve a sus personajes por un proceso de descompocisión moral tan preciso que nos permite apreciar un trabajo detallado y que va hilvanando la trama bajo una tensión creciente que no ve un fin amable.
Amén del elenco de casi 20 actores en escena, que sin duda se entregan por completo a la visión de un director que entiende que tiene en sus manos uno de los textos que retratan de la mejor forma el chantaje y la tortura emocional, con la teoría de Hobbes por estandarte. Resulta un emocionante ejercicio de actuación en el que sin duda Claudia Ramírez, Pablo Perroni, Carmen Delgado, Francisco de la Reguera y Judith Inda logran llevarse la obra, gracias a sus francas y emocionales interpretaciones que en verdad logran llegar al páramo de oscuridad que se requiere.
Gracias a el perfecto vestuario de Giselle Sandiel, que retomando características de la película original lo traspola a texturas desgastadas en colores ocres y opacos, en combinación a la escenografía de Félix Arroyo que respeta también la austeridad y la propuesta ascética, Canek logra construir planos y estampas de una calidad y sensibilidad únicas. Con ayuda de su ensamble de actores, sin duda la energía en transición atrapa a la audiencia.
Sin embargo, ese señuelo que llama la atención de la audiencia encuentra 3 poco favorables elementos que visten de distracción a la puesta:
1- La Iluminación, la cual si bien logra ambientes perfectos en momentos, se siente en general como un trabajo incompleto que no atiende a los detalles que la dirección está marcando con la misma sutileza en que la luz ausente debería bañarlos.
2- Los efectos de audio de puertas o pisadas (Los cuales podrían ser eliminados sin ningún problema y aportarían más a la escena) que ensucian el diseño y la música incidental original, además de que evidentemente reflejan un factor de distracción que alcanza a la audiencia.
3- La cuestión que duele en esta propuesta de Dogville es la interpretación que nos entrega Ximena Romo, como Grace. Este es un rol sobre una mujer a la que durante casi tres horas, la audiencia verá ser víctima de bajezas, humillaciones… en fin, pasarla fatal, en medio de un dilema moral que realmente no tiene respuesta, y es la falta de entendimiento de la actriz ante estos puntos los que la sostienen en escena como el elemento más débil y en desconexión a sus compañeros.
Romo se maneja con un estilo actoral tan dispar a lo que el resto del equipo hace, que lejos de hacer notar su interpretación, la segrega del elenco. Esta falta de uniformidad nos lleva al punto donde en cada escena en la que su réplica es necesaria para potencializar el impacto, esto termine siendo resuelta por el otro actor para poder suceder.
Al final del día, la triste historia del pueblo de Dogville y las decisiones que todos en él tomaron para construir la moral del pueblo, son llevadas a la escena con justicia, y ningún fan de la cinta, o público en general, quedará decepcionado del resultado de esta obra, que de hacer los ajustes necesarios sin duda podría pelearse por ser llamada la obra del año.
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