Por Kerim Martínez/ Al hablar de Casa de muñecas del noruego Henrik Ibsen (Peer Gynt, Espectros, Hedda Gabler) inmediatamente el imaginario viaja al final de la obra de teatro cuando su protagonista, Nora, toma la decisión inesperada de abandonar a su familia para encontrarse a sí misma, después de sentirse juzgada por su marido Torvaldo Helmer. El texto es poderoso y causó controversia en su estreno (1879) por cuestionar las normas matrimoniales de la época. Se ha montado con gran éxito alrededor del mundo. El año pasado Mauricio Jiménez la dirigió en el Teatro Helénico.
También hay numerosas versiones cinematográficas. Una de ellas, la mexicana (1953), la convierte en un melodrama clásico del cine de la época de oro y adapta el final quizás para evitar dar un mal ejemplo a las mujeres abnegadas del país. En esta película, Nora, interpretada por la legendaria Marga López, decide regresar poco tiempo después para mirar a través de la ventana a sus hijos alrededor del árbol de Navidad; Torvaldo (aquí lo llaman Osvaldo) la intercepta y le pide perdón, ella consiente las disculpas en cuanto los niños corren a abrazarla cariñosamente. Por último, la nana Ana María la espera en la puerta con la siguiente frase: “Entra Nora, yo también he aprendido algo: que hay una felicidad diferente para cada quién”. En esta versión que destruye el gran final de Ibsen, todos ingresan a la casa y seguramente son felices por siempre.
En 2017 se estrenó en Broadway Después de casa de muñecas (A Doll’s House Part 2) del dramaturgo norteamericano Lucas Hnath (The christians, Isaac’s eye, Red speedo) que propone una obra de teatro con los mismos personajes de Ibsen, pero quince años después. Nora regresa a aquella casa que abandonó. Busca apoyo en Ana María tras enterarse de que Torvaldo nunca se divorció y que ella peligra al haberse comportado todos esos años como una mujer soltera.
México es el segundo país donde se estrena esta secuela bajo la producción de Morris Gilbert, Mejor Teatro y OCESA; la dirección está a cargo de Mauricio García Lozano (El hombre de la Mancha, Macbeth, La pequeña habitación al final de la escalera) que en la función de estreno expresó su felicidad de volver a trabajar con el productor. En su discurso, Lozano recalcó que él proviene de “otro tipo de teatro” y calificó Después de casa de muñecas como una obra brillante e irreverente; también dijo que el teatro que debe importar y que debe montarse es el bueno, el inteligente y el profundo.
La dramaturgia de esta obra tiene una estructura simple y digerible. Desde que Nora aparece en escena interactúa con los otros: Ana María, Torvaldo y Emmy. Casi en todo momento hay dos personajes en escena: Nora y alguien más. La obra no tiene intermedio y dura aproximadamente una hora con treinta minutos. Los dialogación es fluida, pero la acción se detiene varias veces por los extensos parlamentos explicativos donde la protagonista rompe la cuarta pared a manera de conferencia y trata de lograr una comunicación más directa con sus oyentes. Parece que el autor se preocupó demasiado para que los personajes no omitieran nada de información y esta obra funcione como una segunda oportunidad de no guardarse los sentimientos y rencores.
El director tradujo el texto al español y se permitió algunas licencias (no tan acertadas) como por ejemplo que los personajes “se mienten la madre” (muy a la mexicana) de vez en cuando causando un efecto inmediato en el espectador: la risa. Es probable que su intención sea romper con el tiempo, el lugar e incluso el estilo de la historia original.
El trazo escénico es impecable y García Lozano logra jugar con las perspectivas al utilizar sólo cuatro sillas que los actores acomodan durante toda la representación. Se resalta la pulcritud y neutralidad del escenario diseñado por Adrián Martínez Frausto: una estancia con colores opacos donde se presta particular atención en una enorme ventana hacia la cual Nora se dirige en varias ocasiones y la puerta principal por donde aparece después de quince años. La iluminación (Víctor Zapatero) es precisa y ayuda a considerar la casa de los Helmer como otro personaje más. Cuando los actores rompen la cuarta pared son iluminados por candilejas logrando un juego de sombras magnificadas, sin embargo con este recurso sería adecuado que los intérpretes tuvieran más control corporal (sobre todo con las manos) para evitar un caos visual dibujado sobre las paredes.
El montaje cuenta con un elenco que destaca en la cartelera actual y que invita al público a unirse al espectáculo teatral. Beatriz Moreno interpreta a Ana María, abre la obra con mucha energía y en cada parlamento podemos descubrir a una actriz con muchas tablas encarnando a un personaje que tiene un gran dilema entre las manos: ayudar o no a Nora. Sin embargo, hay momentos en los que pareciera exagerar, como cuando su antigua patrona la pone al tanto de lo que ha sucedido desde que se fue. Esto se debe a que Cecilia Suárez, que interpreta a Nora, no capta el tono que le propone Moreno y desde el inicio acciona con ligereza e incertidumbre: no es claro qué pasa con ella al pisar nuevamente ese suelo. El tono coloquial de su voz recuerda al personaje que la llevó a la fama, Andrea del film Sexo, pudor y lágrimas. La ventaja es que este recurso conecta con el público mexicano pero a la vez origina un distanciamento con la sobriedad esperada en el personaje de Nora. En repetidas ocasiones, bebe agua en el escenario para lograr continuar con la función. ¿Será un rasgo de la actriz o del personaje?
Nora luce un vestido blanco de hechura impecable (diseñado por Mauricio Ascencio) con una propuesta atrevida para la época: la espalda totalmente al descubierto. La atención se centra en este personaje, una mujer adelantada a su tiempo; es una pena que Suárez no esté erguida en escena y que este detalle desmerezca su figura. Su vestuario está confeccionado con bolsas a los lados en las que la intérprete mete las manos causando la sensación de llevar pantalones en lugar de vestido. Se entiende que Nora tenga ideas feministas pero con este gesto más bien parece que le gusta comportarse como un hombre (a los que tanto critica). Hay una escena donde coloca las piernas arriba de una silla y las cruza con desenfado ante la presencia de Torvaldo; es difícil definir si se trata de un instante trasgresor u ordinario, o tal vez el director quiere enfatizar la irreverencia que mencionó en su discurso.
El reparto lo complementan Juan Carlos Colombo como un Torvaldo débil y berrinchudo y Paulette Hernández como Emmy (alternando con Assira Abbate). Hérnandez tiene gran dominio escénico y su aparición ayuda a que la obra se mantenga firme para llegar al final. Nos muestra a una hija ilusionada al reencontrarse con su madre y nos brinda una propuesta interesante de cómo podría comportarse al estar delante de la mismísima Nora Helmer.
Un espectador que no conoce Casa de muñecas puede disfrutar sin duda esta nueva propuesta escénica porque existen nuevos conflictos que buscarán resolverse durante su representación. En cambio el espectador que ha estudiado la obra de Ibsen deberá convencerse de que el tiempo es capaz de cambiar a las personas y quizás quince años sean suficientes para transformar a alguien en otro ser distinto. De no ser así, los fanáticos del dramaturgo noruego podrán calificar esta secuela como una traición.
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