Por Roberto Sosa / Wallace Shawn y André Gregory se reúnen para conversar, discernir, confrontar…y cenar. (En la película original el encuentro es un restaurante chic de Nueva York).
Al inicio una cámara de video sigue a Wallace en su recorrido por las calles de esta ciudad, por el metro y la entrada al restaurante-sala de teatro. El público se acomoda en mesas como si fuera un establecimiento donde se sirven alimentos. Los dos amigos se saludan como lo hacen los teatreros: de mano y abrazo.
Sentados inician la plática, el teatro une a ambos: Shawn es un dramaturgo que tiene ideas claras sobre lo que quiere y espera de la vida, sus necesidades las debe satisfacer con el producto de su trabajo; Gregory es director de teatro, extravagante y fantasioso, para él la gente vive en un sueño de lo que es la vida real: “No estamos en contacto con la realidad…” Sus pensamientos y personalidades contrastan.
Al inicio André se apropia de la conversación (se podría decir que se trata de un monólogo que el otro escucha) y aborda temas que tiene que ver con su profesión y sus viajes; incluye experiencias al lado del director de teatro polaco Jerzy Grotowsky; el traslado al Sahara, donde intentó crear una obra basada en El Principito: “Un oficial de la Gestapo enamorado del Principito…”.
Wallace sólo trata de sobrevivir, pagar su renta; le agrada el café frío: por la mañana se levanta y le encanta encontrar la taza de café que se quedó toda la noche. Leer la biografía de Charlton Heston le hace bien: “Las cosas están en el universo, están allí, no significan nada…” Es una buena persona, amigable y eso lo tiene satisfecho. El vino explaya la conversación y el apetito. La sobremesa es con una taza de café.
La obra es un ejercicio diferente, acá el público no llega a ver un espectáculo, no es el voyeur sentado contemplando la escena y los personajes. El espectador es un oyente delante a una copa de vino, atento a la charla de la mesa que tiene al frente. Por su naturaleza y concepción, la obra es estática, verborrea y llena de palabrería, no obstante su éxito se sostiene en un texto poderoso, de otra forma el público acabaría por salirse de la sala, no se quedaría hasta el final.
La dirección y actuación es de Boris Schoemann (André Gregory), lo acompañan Manuel Ulloa Colonia (Wallace Shawn) e Ignacio Rodríguez (mesero). André y Wallace viven en Boris y Manuel, la afinidad con los protagonistas parte de sus propias experiencias como creadores escénicos. Cada uno refleja a su personaje desde su propia concepción del teatro y la vida; la visión de ambos es común a partir de sus propias vivencias dentro del ámbito teatral.
Mi cena con André nos lleva a la reflexión sobre lo que hacemos con nuestra vida: aceptar lo que somos o cambiar de hábitos. Un cambio de ciudad, de país; no al aburrimiento. En lo personal me llamó la atención una frase de André: “Los años 60s fue el último estallido del hombre antes de desaparecer. Nos hace falta otro lenguaje…el del corazón”.
La producción es de Le Miroir y Los Endebles, la puesta en escena de Boris Schoemann y Manuel Ulloa, y la dirección de actores de Daniel Bretón.
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