Fotos: Jorge Salgado Ponce
Por Luis Santillán/ Hay obras que se quieren ver para conocer cuál es la propuesta sobre ciertos elementos emblemáticos, quizás uno de los más representativos –que en estos tiempos tiene mucho qué decir- es el “portazo” de Nora, personaje de Henrik Ibsen, en Casa de muñecas.
El espacio que propone Gabriel Pascal en la propuesta que dirige Mauricio Jiménez es interesante a la vista en primer momento: una casa flanquea por una jaula dorada; los adjetivos y uso de lenguaje que utiliza el personaje masculino hacia el femenino refuerzan la imagen de que Nora es tan solo un ave de oropel, sin embargo, nada va más allá.
El momento del “portazo”, esa acción que sintetiza una decisión, un acto de rebeldía, una protesta y renuncia a una condición impuesta, es casi de caricatura. ¿Esa es la propuesta que quería compartir Mauricio Jiménez? Da mucho para la reflexión sobre qué ocurrió entre la propuesta de espacio y el uso del mismo, así como otros elementos.
La traducción es de Paulina Barros Reyes, juega con el texto del personaje de Torvaldo para poner en relieve la violencia pasiva que infringe sobre Nora, si bien ese personaje está muy cuidado desde la construcción verbal, es extraña la posición en que queda Nora, da la sensación de que la degradan. Algo semejante ocurre en el trabajo actoral.
Moisés Arizmendi propone un “Torvaldo” dinámico, versátil, donde matiza la violencia, la expone sin exagerarla, los momentos donde emocionalmente el personaje estalla están en proporción a las circunstancias.
Andrea Salmerón crea a una “Nora” que parece mujer de anuncio de tienda departamental, por momentos muy “chiqueada”, en otros parece muy “caprichosa” y los demás muy ingenua. La acción central que detona el conflicto no puede leerse sino como un acto de ignorancia.
El personaje más empático, aquel que tiene los elementos para evitar un juicio burdo es el que realiza Francisco Mena, su “Conrado Cruz” es un hombre desesperado, la presión ante Nora parece totalmente motivada por necesidad más que por oportunidad y eso dimensiona de otra manera la relación de ambos.
El ritmo que propone Jiménez es lento, muy lento, las cosas ocurren porque Ibsen las indica en el texto, la escena parece querer frenarlas, ya sea por la dirección en la que están los actores, por el espacio que con el paso de los minutos se vuelve frío o por los elementos que no suman.
Casa de muñecas, en esta temporada en el Teatro Helénico, es la oportunidad de ver un texto referencial en escena, los altibajos y logros podrán ser medidos por el propio espectador. Quizá la propuesta de Jiménez era reflexionar sobre la violencia de género a partir de sus decisiones escénicas.
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A nosotros nos gusto la obra, el escenario muy creativo , los actores en general buenos a recepción de Nora, la actriz principal, está sobreactuada, no la sientes segura en su papel. Me pareció que a pesar de que aparecer como una obra feminista le hace falta hacer énfasis en eso.
La historia es muy buena pero de todos los personajes no haces uno. La protagonista llora de nervios y a duras penas puede hablar, encima la ponen a cantar y para colmo ópera!, ay la pobre se echa unos gallos de miedo…la escenografía es bonita pero jamás cambia y la obra dura mucho. El actor viejito, disque pianista, sale completamente sobrando. Para acabarla de amolar, la reseña pretende que la obra sea o tenga tintes feministas lo cual nunca sucede. En resumen: ahórrensela amiguitos, se los dice una persona que sabe de teatro…