Por Roberto Sosa/ Tréplev, dramaturgo experimental, hijo de la otrora famosa actriz Irina Arkádina. Un escenario, telones rojos y actores para representar a Masha, Trigorín y Arkádina. Su presencia es poderosa, acercarse a él, los deja inconscientes. Konstantín Tréplev es el centro, a su alrededor se mueve el suceso teatral; convergen ficción y realidad. Irina y Masha están entre el público para cuestionar y burlarse. El teatro hablando de teatro. La Gaviota de Antón Chéjov es el pretexto.
El reto es abordar a Chéjov desde una creación colectiva, La Gaviota, es la obra emblemática del dramaturgo ruso; el grupo crea el discurso escénico desde su propia compatibilidad con el texto y personajes. El paralelismo es perceptible. Tréplev protagoniza su propio drama, el actor que lo interpreta -Raúl Briones-, se ve a sí mismo. La inflexión es según el desarrollo del relato.
La Gaviota fue escrita en cuatro actos, acá es una taxidermia –dice el programa de mano- también en cuatro actos. Disecar animales muertos, es el arte del taxidermista. Preservar el arte teatral es la razón –mi perspectiva- de Tréplev; escribir una gran obra y trascender como un gran intérprete; suicidarse podría ser otra posibilidad. Una tina de baño no contiene agua, en ella están las hojas de un libreto no escrito.
Alonso Íñiguez es el director, Raúl Briones, Pamela Almanza, Paula Watson, Alan Uribe, Axel Arenas y Diana Sedano los actores, quienes se reúnen para aportar ideas y dar forma al proyecto: crear una obra a partir de un clásico. La propuesta transforma la original sin perder su esencia. El lenguaje escénico es orgánico, propositivo y delirante. La obra transcurre entre géneros como el drama, la farsa, la comedia y el expresionismo.
La índole del teatro es reflejar lo que somos, la de Tréplev es la analogía con el espectador, con los medios y los creadores de teatro. La obra de Chéjov nos habla de los conflictos románticos y artísticos de los personajes con escabrosas acciones; el teatro como eje del relato. Tréplev es el drama existencial, es la negación, es ser y no querer estar. Es como si la vida se transforma en una función, desde la ficción.
La obra no es fácil, no hay una dramaturgia lineal, no existe lógica. Alonso Iñiguez utiliza un maniquí y máscaras como recursos para ocultar identidades, para llevar el discurso más allá de la realidad, para abrazarse con la fantasía. La escenografía, vestuario e iluminación son de Mauricio Ascencio.
En el teatro todo cabe y todo es posible, el problema es darle sentido, razón. Aquí, lo logran, el resultado es bueno… muy bueno.
Las actuaciones son de primer nivel, después del proceso de creación, el elenco estaba cierto de lo que querían decir y cómo expresarse desde el escenario. El papel de Nina será encarnado por diferentes actrices, esto le da un plus a la obra. El estreno fue con Diana Sedano, y también será interpretado por Emma Dib, Claudia Ríos, Tanía González Jordán, Gabriela Pérez Negrete y Marian Jiménez. Nina con voz y rostro diferente. La personalidad de cada actriz le dará un toque distinto al mismo personaje, es como ver la misma agua en vasos diferentes.
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Me dormí. Larguísima, inentendible, monótona y todavía se atreven a salir los creadores de semejante abuso contra el público a autofelicitarse por su puesta en escena.