Por Saúl Campos/ Laura Almela y Daniel Giménez Cacho deciden sincerarse frente al público que les ha visto formar sus carreras desde hace ya varios años. Al ritmo de I Never Cry de Alice Cooper, estos dos mounstros del teatro dejarán ir todas las cosas que han venido cargando uno del otro, para dejarse ir en el diván y explorar aquello que los personajes no han permitido. Lo que está más allá del ejercicio, lo que se queda después de la representación.
Teatro El Milagro presenta Yo Nunca Lloro, bajo la dirección de Adelheid Roosen, construida por Almela, Roosen & Cacho.
A través de este espectáculo teatral, Almela y Cacho dejan entrar al espectador a sus miedos reprimidos en escena, sin dejar de construir seres teatrales, los actores se sumergen a un juego entre la memoria y lo adquirido con el público como testigo y cómplice, un acto único que bajo una acertada dirección, construye una valiosa poética.
El conflicto es sencillo, resolver a los seres humanos presentes desde aquello que los angustia, aquello que se han guardado desde la infancia, la adolescencia, cualquier etapa. Como toda terapia la sesión tendrá un horario meta. Cumplir con la ambiciosa agenda será la tarea a lograr.
Laura nos deja ver aquello que la angustia como Mujer en la sociedad, aquello que la aqueja como madre, lo que no puede tolerar de ser actriz. Mientras tanto, Daniel expone el sentimiento de vivir inmerso en ser una celebridad mediática, los claroscuros de su figura como líder de opinión, su sentir frente a la crítica de una contraparte mayormente comprometida con la empresa teatral. La vida de ambos frente al recuerdo de familias con tradiciones españolas encadenadas.
Bañada por una amigable iluminación a cargo de Gabriel Pascal, y diseñada en un espacio comfortable, Yo Nunca Lloro es quizás un pretexto, quizás un gozo para los actores con el fin de descargar las frustraciones que los consumen como humanos comunes y que rara vez tienen oportunidad de externar en medio de las máscaras que los rodean.
Esta es una obra cuyo título que sentencia la tarea del actor comprometido… Yo Nunca Lloro, quien lo hace es el personaje. Al perminitirnos sentir lo que hay detrás de la máscara, Roosen construye un valioso espectáculo que quizás debería ser una técnica a emplearse de ahora en adelante en las escuelas de formación escénica.
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