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NADA SIEMPRE, TODO NUNCA: Una experiencia de convivio teatral



Foto: Daniel González

Por Luis Santillán/ Nada siempre, todo nunca propiamente no es una puesta en escena sino una escenificación de detonantes, es un trabajo de exploración a partir de condicionantes establecidas; la propuesta renuncia al drama, se estructura para explotar la posibilidad del convivio y la apropiación del presente. La dimisión al relato, al desarrollo de líneas anecdóticas y personajes, a la suma y evolución de situaciones implica entrar a otras teatralidades.

Pensar en la propuesta de Colectivo Macramé requiere poner distancia entre los preceptos aristotélicos y dramáticos para abrir la mente a universos donde lo performativo y lo transfronterizo tienen la batuta.

Mariana Gándara está a cargo de la dirección, proyecta y coordina posibilidades escénicas, trabaja con el azar y la regulación de elementos para poder tener bloques donde la composición se establece como pilares del conjunto. La variación entre el trabajo desarrollado y los bloques participativos logra el ritmo que la propuesta requiere, e incluso, alcanza una textura poética hacia el cierre del evento.

Es difícil reflexionar sobre los logros y carencias de la propuesta porque no hay forma de hacer una medición a partir de presenciar una sola escenificación, incluso para sopesar la propuesta parece necesario haberla visto en la temporada que tuvo en Cine Tonalá.

Nada siempre, todo nunca cumple cabalmente en cuanto a la creación del convivio, todo lo que ocurre en el espacio del teatro Santa Catarina tendrá una respuesta más mediática, la valoración sencilla estará en los gustos porque la apuesta de Colectivo Macramé va más hacia la experiencia performativa, pero “bueno” o “malo” “me gustó” o “no me gustó” no deberían ser las mediciones para esta propuesta.

Gandará, que ha indagado previamente en teatralidades incluyentes, explora con rigor, eso permite que la calidad de los elementos sea alta. El trabajo actoral, que tiene momentos de ficción y otros de anfitrión, logra sostener un universo que nunca muestra sus costuras y jamás se vuelve artificial. Lo curioso es que los bloques de mayor fuerza, aquellos que quedan en el imaginario del espectador, son aquellos que se sostienen en teatralidades convencionales, como el caso del segmento de las velas, el de la casa donde el trabajo actoral se sostiene en todo lo que se pretende mantener a distancia.

La puesta en escena forma parte de una programación de Teatro UNAM cuya curaduría apuesta a expresiones más experimentales (140, La huida de Quetzalcoatl), eso es refrescante porque quizá solo bajo el cobijo de la UNAM el teatro puede apostar a la incertidumbre.

Nada siempre, todo nunca puede ser una propuesta estimulante si se desea asistir a una experiencia escénica, que sin ser invasiva, requiere de la participación activa del público. Hay varios elementos que pueden cuestionarse, pero, lo totalmente cierto, es que logra la manipulación del tiempo, se apodera del presente del espectador y la experiencia escénica puede ser estimulante para un amplio sector.

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