Por Roberto Sosa/ El Dr. está por escribir sus memorias, cavila, es el momento; se las dictará a su secretaria la joven Lust “la señorita de cristal”. El amor de Lust por el Dr. Fausto potencia el deseo que la doncella siente por el hombre que admira. De una puerta aparece Mefistófeles, el doctor lo recibe: “estás bien, usas la puerta…”. Para el demonio la mujer siempre arde. “Cuesta mucho, estoy cansado…” responde Fausto.
El doctor reprocha a Satanás: “das poco miedo, ya no atormentas el espíritu…”. El sitio reúne a dos viejos conocidos, el pacto los mantiene cercanos, pero los tiempos han cambiado. Eros es ahora un energúmeno; todo se ha vuelto una bacanal de ideas y se ha tornado ambiguo. “La señorita de cristal…” está dispuesta a todo, pero al Dr. sólo le interesa escribir un libro. El hombre “ha encontrado al viejo Caos…”, le recrimina, “pobre diablo, te han superado”.
Mi Fausto es una obra inconclusa del escritor francés Paul Valéry (1871-1945), apareció en las anotaciones de sus Cuadernos (acotaciones diarias del autor hechas durante cuarenta años al amanecer) en 1928. Una de las ideas centrales de la obra, que aparecen en 1930, es la preocupación del doctor Fausto ante la amenaza que significa para el mundo el espíritu del hombre, que deriva en las reconvenciones que le hace al diablo cuando se hace presente.
La obra aborda la atracción física, el deseo sexual y el amor per se. “Cuidado con el amor”, le dice Fausto a Lust. Están otros personajes que complementan el relato: Astarot, Discípulo y Belial. Mefistófeles lo encarna una mujer, es decir, el mal no tiene género; lo mismo sucede con el discípulo, lo interpreta una mujer. Con esto –creo- el director Sergio Cataño, equilibra el discurso escénico, la índole de la obra no la apuntala en lo femenino y masculino.
Las actuaciones son de José Ángel García (Fausto), Ana Bertha Espín (Mefistófeles), Ana Cervantes (Lust), Penny Pacheco (Discípulo / Astarot) y Ruby Tagle (Belial). Experiencia, juventud y talento fusionan el trabajo actoral. La escenografía e iluminación (Patricia Gutiérrez) propicia la atmósfera ideal; los elementos escénicos son una larga mesa y una media puerta como salida del piso; enfrente está un arenero, sobre su superficie se dibujan símbolos esotéricos y enigmáticos.
Paul Valéry escribió la obra hace más de setenta años, desde entonces y desde su perspectiva, el Diablo ya no daba miedo, el mal se había humillado y el hombre se había arruinado a sí mismo. El personaje del doctor Fausto lo construye con esta visión, el Fausto que aparece no desea ya alcanzar el conocimiento infinito; el pacto con Mefistófeles poco le importa. Y reflexiona: Si el hombre piensa en Dios, lo debe hacer con el Diablo.
El valor de la obra radica en la exacta visión que Sergio Cataño tiene del texto, no es una paráfrasis, ni lo adapta a nuestro contexto. Sobre el escenario fluye la ficción con personajes extraídos de la imaginación; ahí está lo que representan para el hombre contemporáneo, lo que significan y la vigencia que tienen hoy en día, el bien (Dios) y el mal (Satanás).
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