Por Saúl Campos/ Obdulia se ha enterado de la inexistencia de Santa Claus, y la depresión infantil la está orillando a dudar de la existencia de un Dios. Tras esta primera decepción de la vida, Obdulia se ha orillado a un rumbo en el cual, a futuro, vivirá presa de sus miedos y resistencias del pasado.
Cuando Obdulia crezca, su hija María se verá envuelta en los mismos temores de ser feliz. Ante la llegada del Padre de Obdulia, con la noticia de la agonía de la Abuela de María, el viaje de las mujeres al recuerdo de la infancia comenzará, quizás no para poder despedirse de un ser querido, sino para encontrarse con la auténtica felicidad.
En el Teatro El Granero del Centro Cultural del Bosque se presenta Leche de gato, dirección y dramaturgia de Lucila Castillo. Una historia para niños y sus adultos responsables, sobre los efectos de la crianza asertiva y disfrutar los momentos felices de la vida.
En la historia de Obdulia, la depresión que carga desde la infancia orilla a su hija María a adoptar el mismo sentir anímico, encontrando un único punto de felicidad en una gata persa, de color azul llamada Bruno. Frente a las metáforas de Castillo, la construcción de la lucha adulta entre la rutina, la pobreza y los sueños rotos, la convivencia se permea como un espejo a los roles de paternidad actuales.
Sin embargo, la dramaturgia de Carrasco resta fuerza y motivos al regresar al lugar común del viaje del héroe para cerrar ciclos. Si bien, logra empoderar a sus personajes para congeniar el clima anímico en el cual viven, la anécdota termina siendo completamente conocida y no sostiene un punto de sorpresa para su audiencia.
Pese a las circunstancias de la puesta, la idea de poder hablarle a los niños de la depresión mediante la metáfora de un gato azul, termina por hacer de la obra un momento valioso para disfrutar con los más pequeños y poderles acercar al tema de una forma didáctica.
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