Por Roberto Sosa/ Confronta los pensamientos de dos astrónomos renacentistas, Tycho Brahe y Johannes Kepler. Descifrar las orbitas de los planetas pone en juicio la capacidad de uno, por encima del otro. El joven y el viejo comparan sus teorías desde la perspectiva generacional; para el primero la tierra se mueve; mientras que Brahe, el viejo que es más empírico, no comparte su hipótesis.
Reunidos en un castillo de Benatek, Alemania, ambos defienden su postura; Kepler es el principal matemático de la época y necesita las tablas –las mejores -de medición de Tycho, la dependencia es mutua. La filiación de uno con el otro, trae rivalidad, envidia y resentimiento. El siglo XVII es el renacer del arte y el conocimiento, atrás quedó el oscurantismo; en Kepler fluye el pensamiento progresista.
Los planetas son observados con el telescopio; en la pizarra están escritas las tablas de medición y sobre la mesa no podría faltar el vino. A un costado, una ventana deja pasar la luz que ilumina el recinto, sin embargo no alumbraba aun el conocimiento del hombre de aquella época; las reflexiones de Kepler eran alertadas por la Iglesia Católica, contravenirla podría llevarlo a la hoguera.
De pronto, una vuelta de tuerca, Tycho ya no es Tycho, ni Kepler es Kepler; en un escenario teatral dos actores ensayan una puesta en escena. Están encerrados y es el momento de hablar con la verdad. Ahora no están los dos astrónomos confrontados con sus teorías, ahora son dos histriones contrapuestos en su vida personal. La intimidad es expuesta. Un joven actor frente a un gran actor, el cual es un gran hijo de puta que pudo ser su padre. Le presume: “También fui joven, no tan guapo como tú, pero me cogí a más de cincuenta…”
La desobediencia de Marte, texto de Juan Villoro, es una visión desde la escena teatral del cosmos en 1600; analiza la relación entre dos actores que se representan a sí mismos; es el teatro que le habla al teatro; la ficción y la realidad; Shakespeare con personajes como Lear y Hamlet con los astrónomos Tycho y Kerpler. La historia es una similitud y semejanza de elementos que se despliegan sobre el escenario.
La dirección de escena es de Antonio Castro, su mayor reto es llevar al escenario la complejidad que representa la narrativa del autor y conjugar el talento de dos grandes actores: Joaquín Cosío y José María de Tavira. Sin duda, logra un espléndido resultado. En su equipo creativo está el talento de un artista visual como Damián Ortega en el diseño de escenografía; en el vestuario de Edyta Rzewuska y en la iluminación de Víctor Zapatero. Aptitud pura en esta puesta en escena.
Las actuaciones están equilibradas. Joaquín Cosío es un monstruo desatado sobre el escenario; José María de Tavira hace honor a su apellido. Por momentos Cosío se come a De Tavira, sin embargo la mano del director nivela el desempeño de los dos. La desobediencia de Marte es una pieza redonda, de las mejores de este 2017.
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