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INSTINTO: En el pasillo de un almacén, chocan sus carritos y sus ideologías



Por Roberto Sosa/ La intuición, el reflejo que permite la sobrevivencia. En la naturaleza salvaje, correr es el instinto para escapar del depredador; la supervivencia depende de la habilidad para huir. En el mundo que hemos construido, el débil, el pobre, no tiene oportunidad; el más fuerte, el poderoso…el rico, lo domina todo. La desigualdad social semeja un universo fiero y primitivo.

A la media noche, cuatro personajes convergen en un almacén tipo Costco; una corredora de bolsa, un fotógrafo, una mesera y un albañil de origen rarámuri. Seres humanos que representan el extracto social. En un pasillo sus carros chocan, donde también colisionan ideologías, pensamientos y formas distintas de percibir el mundo. La noche y el almacén semivacío, es el sitio ideal para el cazador.

El rarámuri abre un paquete enorme de pan, sólo requiere comprar cinco piezas, no puede pagar más, no necesita más, romper el envoltorio le trae problemas con la vigilancia. La mesera trae en su carrito una bolsa enorme con detergente, no la puede comprar, pero alucina que sí y la pasea por todo el almacén. El fotógrafo carga con una bolsa de alimento para perro, él no tiene mascota, vive solo, el tamaño de la bolsa es grande, como la soledad que hay en su existencia.

La corredora de bolsa lo ve todo desde otra perspectiva, analiza a cada uno, estudia sus movimientos, su apariencia; es fría y calculadora. El poder que le otorga el dinero, le concede superioridad y ventaja sobre los otros. Sin embargo, el encuentro de este grupo heterogéneo, toma un rumbo inesperado e inverosímil. Los cuatro forman desde su imaginación, un núcleo familiar (¿?).

Instinto es de la autoría y dirección de Bárbara Colio, el texto –mi perspectiva- no es lo mejor que ha escrito y la dirección deja bastantes dudas. Los personajes –salvo la corredora de bolsa- son remotos, no entiendo cómo un indígena rarámuri entra al súper a comprar sólo cinco piezas de pan; una mesera ingrese sólo a pasear un empaque con detergente, y ¿qué hace un fotógrafo a la media noche allí? Lo justifica el insomnio.

Desaprovecha –mi opinión- la excelente escenografía de Mario Marín del Río; el diseño de Marín pone en perspectiva, los universos que habitan los personajes y sobre todo el almacén si se ve como un almacén real. El escenario es ideal para contar la historia, sin embargo la dramaturgia no despliega, se congestiona y termina por ser un relato irreal, inexistente…inesperado.

La obra tiene un buen elenco, actúan Tizoc Arroyo (Hache, el fotógrafo, el de la comida para perro); Francesca Guillén (Eme, la chica de la caja de jabón); Nailea Norvind (Eñe, la mujer del vino); y Harif Ovalle (O, el albañil rarámuri). La que mejor se desempeña –mi punto de vista- es Norvind, se nota su experiencia en las tablas, le creo. Guillén y Arroyo nada excepcional su labor. Y Ovalle está fuera de contexto, el personaje que le construye la autora, no está en el nivel de un indígena rarámuri. Le faltó –creo- investigar más el pensamiento y comportamiento de esta etnia que habita la Sierra Tarahumara de Chihuahua.

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