Por Luis Santillán/ En el 2006, Mauricio Jiménez, basándose en el libro Huesos en el desierto de Sergio González, escribe y lleva a escena, con la compañía La Trajinera, El asesino entre nosotros.
Carlos Corona y Alan Uribe Villaruel adaptan el texto de Jiménez para llevarlo a escena como montaje final de alumnos de Casazul. La puesta en escena tiene una vida más allá de la vida académica y actualmente tiene temporada en Casa del teatro.
La dirección de Corona y Uribe explota al máximo los elementos tanto de escenografía como de utilería para tener un montaje visualmente ágil. A partir de lámparas de mano generan atmósferas y espacios que alimentan constantemente el relato. Están los bloques donde el reparto trabaja de manera coral y generan la ambientación de los espacios.
Melisa Olivares destaca por su creación de “Sonia”, la reportera cuya línea anecdótica funciona como eje de los relatos; logra que el personaje sea complejo, multifacético, tiene la fuerza escénica para darle la verosimilitud que requiere y adentrase en el universo que permite el asesinato de mujeres sin que haya consecuencias. Establece puentes emotivos sólidos.
La estructura muestra diversas variantes sobre las situaciones en las que ocurren los feminicidios, si bien tiene escenas para contrapuntear y logra tener momentos de relajación, la suma no tiene la contundencia para provocar la reflexión sobre la problemática planteada, eso ocurre porque no hay variantes, en todas las situaciones el patrón es el mismo de tal manera que da la sensación de estar en una repetición constante.
La temática expuesta es abominable, pero aun cuando la escena es limpia y el trabajo de las actrices es bueno, no hay una apropiación. El tema devora las pretensiones artísticas de tal manera que el público se estremece porque la realidad es la protagonista y no la creación escénica. El asesino entre nosotros es una buena oportunidad de ver a un grupo de actrices y actores que tienen la potencia para tener continuidad en los escenarios.
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