Por Gina Fierro/ En el marco de las fiestas patrias, retomamos algunos datos que seguramente no conocías sobre el quehacer escénico de nuestro país a principios del siglo XIX.

Se trata de información que pocos conocen y que expone algunos títulos de la época, así como las distintas formas en las que el teatro cumplió una función política, de comunicación y de arrojo frente a una época difícil para las artes escénicas.

  • El teatro funcionó como vehículo de ideas políticas en España y México durante las primeras décadas del siglo XIX, así lo detalla la Doctora en Historia de la Comunicación Social por la Universidad Complutense de Madrid, y profesora titular de Historia en la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía en la Ciudad de México, Lara Campos Pérez. Más que de entretenimiento, se trataba de un teatro con una “capacidad educadora y transmisora de ideas que se le había adjudicado tanto a las obras de teatro como a los actores en las décadas previas”, lo detalla la autora.
  • Las primeras piezas escénicas durante este periodo recuperaron lo que en España se llamó Teatro patriótico. En El teatro en Madrid a principios del siglo XIX, Mercedes Romero Peña apunta que este tipo de teatro lo conformaron piezas de un marcado carácter político destinadas tanto a demostrar la necesidad de independencia, como a defender una serie específica de valores; escritas además de forma muy inmediata al desarrollo de los hechos.
  • Parte de esta producción dramática española, llegó a México a partir de 1809, obras que hasta el inicio de la insurgencia en México, en septiembre de 1810, se presentaron en los teatros principales de la Ciudad de México con temas patrios, y que hacían referencia a acontecimientos puntuales ocurridos en la Península.
  • Según lo señala Luis Reyes de la Maza en El teatro en México durante la Independencia, el 29 de mayo de 1810 se estrenó en el Coliseo de la Ciudad de México (primer teatro oficial de Nueva España, 1673, que permaneció activo en sus distintos planteles durante más de dos siglos) el drama patriótico La fiereza de Inglaterra y embarque en el norte de las tropas españolas al mando del Exmo. señor marqués de la Romana. Meses más tarde, en el mismo escenario tuvo lugar la pieza alegórica de baile Españoles, la patria oprimida. “En ambos casos se trataba de obras que ponían el acento en la expulsión del invasor extranjero y en la necesidad de la lucha por la soberanía arrebatada; situaciones que hipotéticamente podrían llegar a ocurrir en la Nueva España y para las que sus habitantes debían estar preparados”, apunta el autor en su publicación.
  • Asimismo, existieron las tragedias de la libertad, que sin ser presentadas en los grandes escenarios, eran leídas en las incipientes sociedades o clubes patrióticos, algunos de ellos ligados a las sociedades secretas de la masonería. Al respecto, María Eugenia Vázquez Semadeni refiere en La masonería en México, entre las sociedades secretas y patrióticas, 1813-1830, “fueron espacios de reunión y discusión política, donde, sin duda, este tipo de teatro trasmisor de grandes ideales tuvo una audiencia garantizada”.
  • Diálogo entre el despertador y un oaxaqueño fue una pieza protagonizada por Morelos (1813), en la que éste explicaba a su audiencia la importancia de sus acciones militares. Según lo detalla Esplendor de las formas cómicas breves en el teatro novohispano: entre la ilustración, los fulgores de la independencia y la expansión del populacho de Alejandro Ortiz Bullé-Goyri, no existen referencias precisas de que estos Diálogos -relacionados con el liberalismo- fueran presentados en los grandes teatros debido a su carácter popular y poco refinado, “en muchas ocasiones estas obras se escribían para ser leídas, no para ser puestas en escena”.
  • Si bien no hay muchos datos acerca de las producciones presentadas en los principales teatros de la ciudad durante los once años de guerra insurgente, la dramaturgia mexicana tuvo un nuevo aire a partir de la consumación de la independencia,  27 de septiembre de 1821. Enrique Olavarría y Ferrari señala en Reseña histórica del teatro mexicano, que a partir de la entrada del Ejército Trigarante en la Ciudad de México, la escena teatral se convirtió en uno de los espacios públicos para exaltar el nuevo estatus de independencia que había adquirido la nación.
  • De esta manera, la noche del 27 de octubre de 1821, se estrenó el melodrama alegórico México libre de Francisco Ortega, como parte de los festejos de la Independencia.
  • De acuerdo con la prensa de la época, una de las puestas en escena más exitosas del momento fue Roma libre, misma que se presentó en el Coliseo de la Ciudad de México (1823) y de la cual se señaló “mil vivas al pueblo mexicano independiente y libre, al Soberano Congreso y a la gran República del Anáhuac”.
  • Durante estos años el teatro contribuyó al fomento del debate público, al mismo tiempo que siguió siendo considerado una herramienta de gran utilidad para la educación de la ciudadanía.
  • En 1821, El Cetro Constitucional, periódico de la época fundado por Manuel Eduardo de Gorostiza -de tendencia liberal moderada-, publicó “no dejará de ocuparse de los teatros como un artículo que debe mirarse, bajo el aspecto político, de sumo interés, [pues] no sería impropiedad llamarlos escuelas prácticas y animadas para consolidar el régimen constitucional, dando impulso a las ideas liberales, y desbaratando los artificios que las recalcitran”.
  • Cabe destacar que durante el México independiente se instalaron en el país militares, políticos y gente de teatro, entre estos últimos el dramaturgo, periodista y diplomático hispanomexicano Manuel Eduardo de Gorostiza ( Veracruz, Virreinato de Nueva España, 13 de octubre de 1789 – Tacubaya, México, 23 de octubre de 1851), quien jugó un papel destacado en la circulación de principios e ideales liberales a través del teatro entre Europa y América.
  • Entre otras cosas, Gorostiza (autor de Indulgencia para todos, obra estrenada en Madrid, en 1818, y protagonizada por Isidoro Máiquez, uno de los mejores actores españoles de su época) facilitó el traslado a México de exiliados provenientes del mundo de las letras, entre ellos, Andrés Prieto, Manuel Prieto y Rita González Santa María.
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