Por Saúl Campos/ La dinámica es sencilla en un inicio: Nadie sabe el contenido de la obra que vamos a presenciar. Tan solo el equipo técnico detrás de ella sabe lo que nos depara, tanto al público como al mismo actor, quien estará en el escenario enfrentándose por primera y única vez a un texto que según las reglas del juego, no podrá volver a interpretar nunca. No hay ensayos, ni hay un director, sólo el actor y las órdenes que el texto indica.
Conejo Blanco Conejo Rojo es inquietante, es dura por momentos, pero llena de lucidez y esperanza en otros. Se atreve a buscar una reacción opositiva a la preparación teatral y lo logra de la mano de una cuestión social delicada.
¿Qué podemos decir de la trama de la obra sin develar algo en el camino? (Consigna propuesta por su autor) Quizás que es un viaje emocional, que conecta los principios de la imaginación con una cuestión social actual y va enumerando ejemplos a través de sus escenas sobre la aplicación de la moral en la realidad y las decisiones cotidianas.
Habla de alguien, alguien que existe, o eso creemos y su visión particular de la vida desde el punto en el cual le tocó vivirla. ¿Y el actor? El actor sirve de vehículo para escuchar lo que el autor, Nassim Soleimanpour, tiene que decir. Sí, como en el teatro mismo, pero esta vez de una forma más literal.
La capacidad de inventiva y resolución del actor serán puestas a prueba. Quizás este no es un texto exclusivo para actores experimentados, sin embargo, se vuelve requisito tener el oficio realmente y no sólo por estatuto, de lo contrario, la misión de conectar y traspasar la valía del mensaje se verá permeada por la falta de herramientas de exploración y trabajo escénico.
El público interactúa, sí. No podemos decir más, pero es vital su participación y escucha más que nunca, ya que cada que se avanza sobre el texto las cuestiones que este encierra ayudarán a entender al espectador la importancia del porqué está en su butaca y debe llevarse algo de ahí al terminar la función.
El actor tendrá oportunidad de darle algo único a su público: su capacidad de resolución escénica primera. Si el actor pretende llevar por el dramatismo la faena podrá obtener resultados interesantes. De ser contrario, el actor sostendrá una capacidad de vulnerabilidad impecable que se abrirá en cónclave absoluto para quienes lo acompañen. No habrá juicios de valor a su trabajo, por las condiciones de la labor, pero él cargará con la idea de una acción alterna por siempre.
La importancia del color del conejo que se elige ser sí se resuelve. Una incógnita que podemos decir sin arruinar nada, que dejará más preguntas abiertas para que el público las analice con su vida diaria.
Si el actor logra convencer al público de lo que acaba de ejecutar, éste le esperará al final de la función, no sólo para aprovechar y saludarlo, sino para tratar de obtener respuestas desde su proceso de pensamiento. Los que no hayan sido tocados simplemente, se irán.
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