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Una mentira: más que un melodrama, es una pieza teatral



Foto: Sergio Carreón

Foto: Sergio Carreón

Por Luis Santillán/ La historia del teatro mexicano muestra que la mancuerna entre director/autor ha permitido un crecimiento de los montajes que realizan como equipo, quizá gracias a que la colaboración motiva el desarrollo de sus talentos, a la complicidad que alcanzan, al lenguaje que construyen en conjunto. Ximena Escalante en el rol de autora y Mauricio García Lozano en el rol de director han realizado varias puestas en escena como mancuerna, no siempre la colaboración entre ellos ha sido afortunada (basta recordar Touché o la erótica del combate), y ahora, con Una mentira, esa colaboración ha llegado a un grado tal en que ambos creativos descansan en un estado de confort que daña la escena; no es legible qué gana uno y otro con la colaboración; da la impresión de que el binomio es impuesto y no surge de la complicidad de los creadores.

La Compañía Nacional de Teatro estrenó la puesta en escena Una mentira de Ximena Escalante, inspirada en la novela Una historia verdadera basada en mentiras de Jennifer Clement, bajo la dirección de Mauricio García Lozano en septiembre de 2014 y actualmente hay una reposición del montaje.

En una nota de Carlos Paul de La Jornada –publicada en 2014- se lee: “Con dicho trabajo [Una mentira], por primera vez Escalante explora el género del melodrama, con el fin de dignificarlo, toda vez que hoy día, dice la dramaturga, ese género se encuentra vulgarmente maltratado por la televisión.” Llama mucho la atención porque para algunos desde Fedra y otras griegas la autora ha explorado el género, pero destaca la declaración porque la estructura de Una mentira empata más con la pieza que con el melodrama.

Los personajes carecen de profundidad y/o relieve (como en el melodrama que quiere evitar la autora), carecen de motivos y funcionan más por la línea argumental, sin embargo, nada les ocurre (como en la pieza) de tal manera que se tiene una puesta en escena de dos horas en las que pasa nada. Esa “nada” entiéndase como: todo acontecimiento que convoca el argumento carece de repercusión, ninguno de las acciones que podrían ser los giros de fortuna provocan un cambio en el personaje. Es justo establecer que ésta gran debilidad podría no ser sólo un error de la autora sino también del director; están marcados ciertos giros (muy, muy pocos) pero la dirección los ahoga, ninguna de las acciones suma, trasciende, construye, tan sólo es una pasarela de clichés.

La economía de lenguaje que explora Escalante llega a un grado radical con el personaje “Josefa”, y sólo el trabajo de Ana Ligia García logra que funcione la apuesta de la autora, la carga emotiva llena esos monosílabos que difícilmente aportarían algo sino es por su capacidad actoral. Gabriela Núñez construye a “Leonora”, alimenta la inocencia y frescura que necesita el personaje, pero ante la involución del mismo poco a poco se convierte en una imagen tópica, no por fallas actorales sino por limitación del texto, es una pena que la autora desperdicie la oportunidad de fracturar el referente común. Olivia Lagunas, que ha merecido elogios en otros trabajos al desempeñar personajes de poca edad, en esta ocasión se ve “agotada” en el uso de recursos, quizá por el personaje en sí, por la dirección, pero muy rápido convierte a “Mosca” en una caricatura.

¿Qué tantos problemas tiene la puesta en escena que el momento de mayor suspenso es provocado por un banco iluminado? Banco que no se coloca con el afán de construir lenguaje sino tan solo para que sea el acento visual para el cambio de escena. ¿Qué tantos problemas tiene el montaje que para la escena cumbre no se les ocurrió mejor idea que iluminar ese banco? ¿Cómo se puede hablar de una colaboración entre la autora y el director si para la escena final el director la ilustra pero se sostiene sólo por el texto? Una mentira sirve para evidenciar lo que tanto dicen en las escuelas de teatro que hay que evitar porque son soluciones que no funcionan. Es una gran pena la baja calidad tanto en el trabajo de Ximena Escalante como de Mauricio García Lozano, pero quizá sea de mayor pena que nadie se confronte con ellos para preguntarles dónde quedó el talento de ambos.

La propuesta escenografía de Dulce Zamarripa es inconsistente, un espacio permite el flujo de acción, pero el otro (el que está de fondo y debería incrementar su poder) es burdo y estorba; es burdo porque ilustra, ni siquiera en la conclusión de la obra contiene los estados emotivos, tampoco estimula la mente del espectador ni propicia imágenes memorables; estorba a tal grado que en el momento en que nada debe distraer el vínculo con el público los cables que sostenían la ventana acotan con fuerza que todo es artificial, si la propuesta de la escenógrafa fuera romper los estados emotivos, si la propuesta fuera frenar la exacerbación sentimental podría ser interesante, sin embargo, esa no es su propuesta.

Quizá sólo hay una razón para ver Una mentira y tiene el nombre de Ana Ofelia Murguía, su trabajo, lo que logra con su personaje es aquello que impide que el espectador abandone la sala.

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