Por Saúl Campos/ Ulrike Meinhof se sienta frente al público firme, resignada, dentro de su blanca celda tiene solo 30 minutos de visita supervisada, entre una condena impuesta por un gobierno represor que la ha recluido de su oficio periodístico. La mujer que se alzó contra el movimiento antinuclear y la guerra, armándose con solo tinta y papel para incitar a la gente a formar la oposición. Pero el gobierno alemán tendría otro plan previsto para la fundadora de la Fracción del Ejército Rojo, un final precisamente del tono de esta fracción.
Yo, Ulrike, Grito, escrita por Darío Fo y Franca Ramé bajo la dirección de Antón Araiza. Una muy interesante puesta que irrumpe la tranquilidad del espacio en el que se presenta para insertar un diálogo crudo sobre los estragos del gobierno sobre sus ciudadanos, el autoritarismo y la fuerza antepuesta a la razón.
La historia nos introduce junto al personaje en una prisión de tortura blanca, privados de cualquier capacidad sensorial. El terror se respira en el aire, puesto que, en cualquier momento alguien entrará y cometerá un homicidio que seguramente disfrazarán de suicidio. Tan solo plantear esta situación hace que el espectador vibre por dentro al encontrarla desgraciadamente actual.
Sin embargo, aunque la idea clave es genial, resulta demasiado izquierdista para funcionar, y por partes gana la pretensión ante la neutralidad. Resulta loable la labor de rescatar a un personaje histórico de tal calidad y buscar darle voz, aunque sería más grato que en realidad esto hubiera pasado, pues conforme el texto avanza se torna obsoleto, gracias a sus quejas sobre el sistema, sin ahondar en las partes que propone de origen: la mujer y la sociedad.
Por una parte se plantea un personaje complejo, en el cual se puede explorar netamente la psicología que carga tras sus vivencias fatalistas, este ser femenino ha cometido acciones en su pasado de las cuales no se arrepiente en absoluto, más bien confía que alguien las continuará aún si ella faltara. La llama de la revolución arde dentro de sí misma hasta el último momento; pero, los autores prefieren evadir la complejidad que ellos mismos proponen, para dar un sermón casi evangélico sobre la insurgencia, carente de argumentos necesarios para resultar convincente o asimilable.
Afortunadamente la dirección de Araiza le da movimiento a la obra, creando una línea emocional donde el personaje enmudece en medio de la desesperación, la ausencia sensorial, la lejanía y la agresividad del silencio. El director consigue imágenes que se acercan a la audiencia, reflejando el auténtico rostro de la impotencia en cada gesto que va marcando a su actriz, conteniendo toda la energía sin dejarla salir.
La verdadera joya oculta y razón para no perderse esta obra es el trabajo de Magda Juárez como intérprete de este monólogo. Dentro de la piel de la revolucionaria alemana, la actriz nos deja ver cómo la resistencia conlleva al extremismo, a la rebelión con una factura tan sombría como el alma de sus oponentes. Su actuación logra el impacto necesario, en el breve tiempo que dura la puesta, para sujetar eficientemente el peso de la obra, con ello la atención y palmas del público, imprimiendo esa chispa de revolución que al texto le falta de la manera correcta.
Sin duda, esta es una gran opción para ver lo que un buen director y una gran actriz logran a partir de un texto que realmente no tiene nada fijo. Yo, Ulrike, Grito merece ser vista, quizás para aprender de ella la necesidad de sostener diálogos incluyentes, no solo cuando nos conviene.
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