Por Luis Santillán/ Sophie Alexander-Katz (actriz) y Diego del Río (director) emprendieron una investigación a la cual invitaron a Edgar Chías (dramaturgo), la colaboración entre ellos da como resultado la puesta en escena Proyecto sutil o de la infinitesimal diferencia que se presenta en el Teatro Juan Ruíz de Alarcón.
La línea anecdótica desarrolla eventos en la vida de tres personajes, la exposición de los relatos permite que se explore sobre cómo los conflictos (la migración, la identidad, la violencia y las guerras por el petróleo y el agua) afectan en la vida cotidiana de las personas. También hay la necesidad de construir un texto que en palabras del autor, en entrevista para La Jornada, “refleje los vínculos entre México y Francia, tanto históricos como contemporáneos, y en el que se plantean similitudes y diferencias sobre qué buscan los franceses en México y qué los mexicanos en ese país europeo.”
La puesta en escena tiene una estructura donde la ficción es fracturada, está el plano donde el relato de los personajes se desarrolla y está aquel donde los ejecutantes expresan comentarios y accionan según una partitura emotiva. La escenografía, que es de Auda Caraza y Atenea Chávez, propone un espacio donde es visible ambos campos.
El espacio y dinámica de acción presenta elementos que comienzan a ser herramientas de Diego del Río: evidenciar la frontera entre el área del actor y la ficción que crea, propuestas emotivas del ejecutante y del personaje; la propuesta de las escenógrafas le permite al director jugar con los planos de ficción y de representación de una manera más integrada que en obras anteriores.
La puesta en escena tiene dos bloques. En el primero de ellos la construcción de imágenes trabaja de manera afortunada con el texto, se logra una dramaturgia de dirección que proyecta la narración escénica con la cual trabaja el dramaturgo y evita la ilustración o reiteración. El segundo bloque, con tintes caóticos –algunos podrían rememorar construcción sostenidas con el “no-acting”, expone con mayor fuerza las motivaciones de la investigación que dio vida al proyecto.
El trabajo actoral es sólido, la creación de las variantes emotivas expuestas tanto en el personaje como en el ejecutante son orgánicas, fluyen en armonía con el relato y tienen los matices necesarios para vincular al espectador con lo acontecido en la escena. El momento memorable lo produce Kaveh Parmas cuando el espacio se ha roto por completo.
Todos los elementos del proyecto son de alta calidad. No hay reparos en la iluminación de Matias Gorlero ni en el vestuario de Julia Reyes Retana; el trabajo actoral de Sophie Alexander-Kats, Kaveh Parmas y Raúl Villegas es bastante grato; la propuesta de texto de Edgar Chías muestra a un dramaturgo de gran oficio; la creación del dispositivo escénico de Caraza y Chávez están en función de la propuesta de dirección; la dirección de Diego del Río aporta elementos que enriquecen el texto, equilibra a los actores, explora potencialmente el espacio y aun así queda la sensación de que algo falta… o sobra.
Las motivaciones emotivas que dan origen al proyecto son perceptibles, las temáticas propician que el público responda satisfactoriamente –son de esas propuestas en las que una crítica negativa puede ser tachada de insensible-, sin embargo, hay una frialdad de festival que posee la puesta en escena que le harán triunfar, pero que ahogan el grito que tiene contenido.
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