Por Luis Santillán/ La dramaturgia de Angélica Liddell es tan provocativa como complicada, apela a una puesta en escena diseñada con cautela, que asume la provocación que tienen sus textos; los riesgos de esta autora están en que ante la complejidad la ocurrencia está al orden del día, pero si quien la lleva a escena comulga con la autora, se puede esperar un oportunidad para la creatividad escénica.
En La falsa suicida, la autora, propone un texto en el que juega con los personajes de Ofelia y Horacio para desarrollar una suma de estados a partir de una mujer que se lanza al vacío para suicidarse, pero cae sobre un hombre.
La puesta en escena se presenta en un edificio viejo de la colonia Centro. El primer gran acierto es de Abimael Méndez y Leticia Olvera quienes, por medio del diseño de espacio e iluminación, sacan provecho del lugar real donde se llevan a cabo las funciones. Los recursos que usan para iluminar mantienen en armonía el espacio con el relato, proyectan con fuerza los estados emotivos de los personajes, la ubicación de las fuentes de luz permiten una dinámica del espacio estimulante, sirven para crear imágenes memorables.
La dirección es de Sixto Castro Santillán; evita la ocurrencia y usa el desequilibrio del deseo para hacer un contraste de ritmo entre los personajes; junto con Abimael Méndez (quien diseña el vestuario) plantea al personaje femenino en un estado concreto y lo va adelgazando para convertirlo en una esencia que respira de manera orgánica con el personaje de referencia de Shakespeare.
La parte de mayor virtud de Castro radica en la creación de imágenes, logra bloques con mucha fuerza y aprovecha las oraciones del texto para enmarcar las situaciones del relato. La parte vulnerable está en el desequilibrio de tono de los actores, tiene exabruptos que no están alimentados, acotaciones de la autora que se sienten impuestas en la escena (los momentos donde los personajes ríen), marca una intensidad en el personaje masculino que lo distancia de la imagen, del ritmo, de la textura que crea; permite que el personaje femenino tenga momentos donde la carga sexual esté sólo marcada, sostenida por la imagen, y no desarrollada.
Los actores tienen un inicio incierto, se siente impuesto el primer bloque, conforme la obra avanza van adquiriendo desenvolvimiento, fuerza. Francisco Granados mantiene un estado que le imposibilita los matices que el texto propone; es legible el incremento de pasión que requiere ese personaje, y ocurre sólo en la forma; falta arcos emotivos, variaciones; hay una corporalidad que se estanca.
Andrómeda Mejia inicia con un personaje acartonado, pero adquiere variaciones que le permiten desarrollar de mejor manera los estados emotivos, hay partes donde las acciones ocurren porque están marcadas sin que haya un deseo visible que las alimente, pero conforme el texto avanza, ella logra volver orgánico tanto el trazo como las acciones, se suma a las imágenes y se integra con el espacio para tener segmentos de mucha fuerza visual.
La corte de los milagros apuesta con un texto complicado, los resultados son variopintos, pero el diseño de Abimael Méndez y Leticia Olvera y el trabajo del último bloque de Andrómeda Mejía ameritan que uno se pierda por esas calles, que estimulan el relato de Liddell, para vivir una experiencia escénica que tiene momentos de gran belleza y fuerza.
Las funciones son en el Teatro Zentro, ubicado en Jesús Aría #71, Col. Centro, los lunes y martes de agosto a las 20:30 hrs, con cupo limitado, reservaciones 44371782, 04455 45943781.
