Por Luis Santillán/ La dramaturgia de Alejandro Ricaño ofrece un amplio espectro tanto por los temas como por los formatos con los que construye; es de esos autores que mediante su obra se puede testificar la evolución de su escritura. Fractales es una obra de transición, con ella abandona las herramientas empleadas con anterioridad (cuyo punto cúspide fue Más pequeños que el Guggenheim) y explora con nuevas posibilidades que le permitirán crear El amor de las luciérnagas. Este texto –aun cuando obtuvo un premio- es tan sólo un ensayo de las posibilidades que le da al autor trabajar con las diversas manifestaciones de la narración escénica.
Fractales tiene bloques cuya aportación tanto en el relato como en el formato no son del todo claros, si bien, establecen la línea de vida del personaje central, carecen de la contundencia para que tengan eco en la parte medular de la premisa; la línea anecdótica plantea el deseo de “Ana” por realizar un casting, la trama elabora los momentos que alimentan emotivamente a “Ana” y por lo tanto hay juegos en la línea del tiempo. La secuencia final produce la sensación de una cascada de imágenes, sin embargo, debilita el posible cierre en el que “Ana” sintetiza las reglas de su mundo, esa escena, que parece innecesaria, es el ejemplo más claro de la aparente debilidad del texto, escenas que sólo están para enganchar al público sin lograr enraizarse en la línea central.
La dirección de Adrián Vázquez tiene sus mayores aciertos en el trabajo actoral, guía a sus actrices para que sean un conjunto matizado, con gran equilibrio en la energía, la construcción de los personajes es sumamente cuidada. A partir de un espacio de módulos estimula al espectador para crear los escenarios en los que acciona “Ana” Lo extraño de su propuesta de dirección, en tanto que conoce a plenitud la dramaturgia de Ricaño, son algunos bloques donde se ilustra el texto.
Ana Lucia Ramírez tiene una gran capacidad para hacer que su personaje de “Ana” escuche en la escena, es palpable la presencia en el famoso “aquí y ahora” y permite que las reacciones de “Ana” se vean total y absolutamente orgánicas; la expresión gestual con la que trabaja dimensiona emotivamente al personaje, tiene variaciones que provocan empatía, se desenvuelve con gracia en las situaciones donde el personaje está en lo ridículo. Es muy grata su presencia en escena. Estefania Ahuamada es muy versátil, interpreta a “Ana” y a personajes circunstanciales, basta un instante para tener una transformación y no ensuciar la construcción de sus personajes, es certera en la modulación de voz para establecer al hablante. Luna Beltrán es la tercera actriz, tiene una presencia dominante que funciona muy bien para la mayoría de los personajes, pero cuando alguno de ellos debe mostrar la fragilidad en la que está esa misma fuerza se vuelve un freno.
Fractales es de esas obras cuya fuerza nace en su reparto, el trabajo de las actrices es la razón principal para convocar al espectador, aun cuando pueda existir altibajo, el trabajo en conjunto hace que la puesta en escena sea memorable.
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