Por Redacción/ Durante los Juegos Olímpicos de México 1968, en la marquesina del Teatro de los Insurgentes no se leían los nombres de Manolo Fábregas, Mario Moreno Cantinas o Mauricio Garcés, tampoco el título de alguna puesta en escena o musical, sino que se iluminaba con la leyenda de que ahí se realizarían las competencias de levantamiento de pesas. Convirtiendo así al Teatro, que fue inaugurado en 1953, en una de las sedes olímpicas menos conocidas.

Foto: Leonid Zhabotinsky. Colección Particular El Universal.

Foto: Leonid Zhabotinsky. Colección Particular El Universal.

El máximo representante de las competencias en este deporte en los olímpicos de 1968 fue Leonid Zhabotinsky, abanderado de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que con sus casi 2 metros de altura mantuvo el campeonato olímpico de pesos pesados tras haber ganado su segunda medalla de oro; la primera la ganó en Tokio 1964. De acuerdo a periódicos y notas de la época, Zhabotinsky era tan carismático que abarrotaba las competencias, justo como sucedió en el Teatro de los Insurgentes.

Este recinto se construyó bajo la supervisión de los hermanos Alejandro y Julio Prieto, el primero fue el encargado de la arquitectura mientras que el segundo lo asesoraba en cuanto al diseño escenográfico.

Cantinflas insurgentes

Foto: Mural del Teatro de los Insurgentes

La obra con la que abrió sus puertas al público fue “Yo Colón” (1953) estelarizada por Mario Moreno Cantinflas, personaje central del mural en la fachada, en el que Diego Rivera resumió la historia del teatro en México a través de personajes históricos de la nación, así como miembros reconocidos y populares de la sociedad, utilizando como técnica artística el mosaico italiano.

Entre las contadas modificaciones realizadas al interior del teatro para la justa olímpica, destacaron la implementación de un gimnasio de calentamiento, salas de reposo, baños sauna, tableros de puntuación, camerinos individuales y colectivos. En el camellón frente al foro, se podía observar un gigantesco “Judas” de un levantador de pesas. Estas esculturas, que se encontraban afuera de todas las sedes olímpicas tenían la función de indicar la disciplina por la que se competía, en este caso, la halterofilia.

"Judas, imagen que se encontraba en el camellón frente al teatro. Crédito: Carta Olímpica, CONADE

Foto: “Judas”, el cual se encontraba en el camellón frente al teatro. Crédito: Carta Olímpica, CONADE.

Sus características lo hacían el escenario ideal para esta disciplina: un piso resistente a los impactos al dejar caer las pesas; aunado a un buen equipo de iluminación y audio, una excelente ubicación y un aforo para mil 100 espectadores.

En aquella ocasión la delegación mexicana contó con tres dignos representantes de la halterofilia: Manuel Mateos de la Rosa, Miguel Medina y Mauro Alanís. Aunque ninguno llegó al podio en México 1968, su carrera estuvo llena de logros y satisfacciones. Incluso la carrera de estos deportistas ya era exitosa antes del 68, tal es el caso de Alanís, quien se retiró en las olimpiadas en el país pues ya era su tercera justa olímpica.

De alguna manera, los halteristas de México 1968 fueron la base para el éxito de futuras generaciones. Destacando Soraya Jiménez, la primera mujer en el país que obtuvo una medalla de oro en esta disciplina en Sidney 2000. Al término de las Olimpiadas, el Teatro de los Insurgentes retomó su concepto original y se mantiene como uno de los complejos teatrales más reconocidos de la ciudad. El hecho de que alguna vez fue sede olímpica es poco conocido a diferencia de otros sitios como el Palacio de los Deportes, la Alberca Olímpica, la pista de Cuemanco, entre otros.

Con información de El Universal.

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