Por Itai Cruz/ Rafael Solana Salcedo nació un 7 de agosto de 1915 en Veracruz, fue un notable dramaturgo, periodista, crítico teatral, cronista taurino y guionista de cine.
Hijo del reconocido cronista taurino Rafael Solana Verduguillo, quien lo introdujo en los más diversos campos de la cultura y del arte mexicanos en las décadas de los veinte y los treinta. Con 14 años de edad se inició en el periodismo, ofició que ejerció por más de 63 años, estudió en la UNAM en la facultad de Derecho y en la facultad de Filosofía y Letras.
Formó parte de la “Generación Taller” a la que pertenecieron Efraín Huerta, Octavio Paz, Neftalí Beltrán, Efrén Hernández y José Alvarado. Este nombre proviene de las publicaciones que fundaron Taller Poético (1936-1939) y Taller (1938-1941), la primera en colaboración con Alberto Álvarez y Efraín Huerta y la segunda con Octavio Paz, ambas publicaciones fueron los proyectos periodísticos de difusión cultural y artística más importantes de su tiempo.
Solana es considerado el pilar del periodismo y de la crítica teatral, así como innovador de la comedia mexicana de los años 50. Incursionó en el género teatral hacia 1952, a los 37 años, cuando había alcanzado la madurez que, él consideraba, necesaria para enfrentar el más difícil de los géneros, y tal como hiciera en el periodismo, llegó al oficio de dramaturgo para quedarse.
Solana, promotor incansable del arte dramático y la cultura nacional, se ocupó del teatro no sólo como dramaturgo, sino como empresario, funcionario público y representante de asociaciones teatrales y cronista. Se desempeñó como Secretario particular de Jaime Torres Bodet, cuando este fungía como titular de la Secretaría de Educación Pública (1958-1964); presidente y fundador de la Asociación de Críticos de Teatro de México; secretario general de la Federación de Uniones Teatrales y titular de la Unión de Cronistas de Teatro y Música. Además de director de relaciones públicas del Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada (1967-1968).
Rafael Solana nos heredó alrededor de unas treinta obras, casi todas llevadas al teatro, como: La isla de oro (1952), Estrella que navega (1953), Sólo quedaron las plumas (1953), Debiera haber obispas (1954), Lázaro ha vuelto (1955), Camerino de segunda (1955), A su imagen y semejanza (1957), Vestida y alborotada (1965), Los lunes salchichas (1967), Tres desenlaces (1967); Pudo haber sucedido en Verona (estreno 1982), galardonada con el Premio Juan Ruiz de Alarcón, en 1983; La pesca milagrosa (1987), Pellizque en otras partes (1987), Pláticas de familia (1988), Cruzan como botellas alambradas (1988) y Una vejez tranquila (1988).
Don Rafael Solana, defensor aguerrido del teatro mexicano, consideraba que el teatro no se restringía sólo a los autores nacionales, sino que comprendía a todos los involucrados como los directores, actores, escenógrafos, entre otros, sin importar su lugar de origen.
La pérdida de Rafael Solana significó la culminación de una etapa importante para la crítica teatral en México. Falleció el 6 de septiembre de 1992 en la Ciudad de México.
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