Por Luis Santillán / Una de las dramaturgas más provocadoras y propositivas para la escena es Angélica Lidell, la exploración que realiza sobre la estructura y el desarrollo de la línea anecdótica estimula el universo creativo de los directores de escena, los textos de la dramaturga española requieren reflexionar sobre los campos de ficción y no siempre llegan a escena de la manera más concordante con la propuesta del texto, de tal manera que al asistir a un montaje de un texto de Lidell se corre el riesgo de ver “enrarecido lo raro”, pareciera que esa es la fórmula cómoda de llevar a escena un texto que exige mucho de los directores; por fortuna, en Once upon a time west asphixia no se queda en lo cómodo.
Claudia Wega hace incursión en la dirección de escena con: Once upon a time west asphixia. Hay una intuición asertiva, una regulación de aquello que podría ser arbitrario, es notoria la preocupación por desarrollar tanto la relación como las dinámicas de los personajes centrales. Wega toma la decisión de llevar al formato audiovisual todas las intervenciones de los personajes que atestiguan la línea anecdótica, logra con ello la sensación de falso documental, lo plasmado en este tenor fluye de manera armónica, las actuaciones de Erick Israel Consuelo, Maruza Cinta, Eduardo Elena, Jacqueline Fernández, Ezequiel Cárdenas son consistentes, por el formato se logra una “naturalidad” que beneficia al relato, sin embargo, la escena en vivo se debilita por estos aciertos. El código que usa la directora en el material audiovisual no tiene correspondencia con el empleado en la puesta en escena; la técnica de actuación, el manejo del tiempo y ritmos jamás podrán ser equivalentes en uno y otro, mas es necesario que haya una extensión, un puente entre los formatos porque son –o pretende ser- de un mismo universo. La “naturalidad” de un formato incrementa la sensación de “artificio” del otro. Son múltiples las lecturas –o justificaciones- a emplear para aclarar la divergencia de los “mundos”, si bien uno está cimentando en la impresión de los acontecimientos (el audiovisual) y el otro en la ejecución de acciones (la escena en vivo) y eso podría ser la razón para el violento cambio de texturas, atmósferas, dinámicas de acción, etc. no hay elementos para pensar que esa es en sí la propuesta de dirección.
Una de las grandes carencias de la propuesta radica en no tener un colaborador que realice un diseño espacial que favorezca lo planteado por Wega, hay un gran porcentaje de la acción que se pierde por esta razón.
El trabajo de Fernanda Vallejo Córdoba y Dalia Balp Straffon es bueno, pero por momentos, inconstante, en algunas escenas los personajes emotivamente se diluyen; la complicidad de la relación entre sus personajes es débil, se comparte más por el texto que por la comunión entre ellas, hay momentos donde el estado emotivo del personaje se siente “marcado” pero no desarrollado. Mucho de lo siniestro no logra enraizarse en lo profundo porque la construcción de los personajes es endeble. Quizá con el paso de la temporada vaya disminuyendo estás limitantes. El trabajo corporal es un poco “raro”, parte de ello viene desde la propuesta de dirección, en momento se ve a dos actrices que tienen un manejo corporal limpio, pero no parece ser la expresión corporal requerida para el personaje; hay imprecisión corporal en la edad de los personajes, durante algunas escenas se explota lo “infantil” y en otras no se toma en cuenta; quizá sean parte de los riesgos que toma Wega con su propuesta.
El texto tiene un grado de complejidad, probablemente con las funciones, el trabajo emotivo de las actrices es establezca dado que hay muchos apuntes que requieren de tiempo para su cabal desarrollo.
Claudia Wega ofrece una puesta en escena interesante, será oportuno ver cómo se desarrolla en un próximo montaje los aciertos de esta ocasión. Una de las mayores cualidades de la propuesta de Wega está en confiar en el texto y crear a partir de ahí.
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