Por Mariana Mijares / En una guerra se viven dos tipos de batalla; una física, en contra de un determinado enemigo, y una emocional, entre compañeros, y con uno mismo.
En un lugar no especificado de México, siete hombres comandados por ‘El Capitán’ (Lojero), están inmersos en la guerra contra el narcotráfico, misión que parecen aún no comprender del todo.
“¿Para qué estamos aquí”, cuestiona Cheto (Rodríguez), un soldado.
“Para combatir a los malos”, le responde el capitán.
“¿Nosotros somos los buenos?”, preguntar el joven, levantando así una interrogante que prevalecerá a lo largo de la obra.
Y es que ¿realmente son buenos aquellos que con tal de lograr un objetivo, pasan por encima de lo que sea?
Aquí, este grupo de soldados lidia con las consecuencias de haber asesinado a un taxista, ¿deben confesarlo?, ¿desaparecer el cuerpo?, ¿extorsionar a la familia?
En un espacio casi desnudo de elementos escenográficos, los días pasan entre charlas sobre soldados nacionales y extranjeros, discusiones políticas, lesbianas comunistas y cervezas.
Pero el asunto de buenos y malos, como lo advierte el Capitán, es más complejo de lo que parece, pues cada una de las acciones de este batallón, será debatible.
“Si nosotros somos los buenos, ¿por qué hacemos tantas chingaderas?”, cuestiona Cheto.
“Los malos confunden a la opinión pública”, responde el Capitán.
“¿Las drogas son malas?”, continúa el soldado.
“Las drogas matan bebes”, afirma su superior.
“Nosotros matamos más bebés”, dice Cheto impactando a la audiencia.
Pero, más allá de las guerras que estos soldados libran en el exterior, dos batallan con sus propios sentimientos: el Capitán y ‘Pachis’ (Benítez), su amante.
Varias de las referencias utilizadas para describir los encuentros entre estos dos personajes resultan burdas y de doble sentido, pero logran eficazmente que el público se ría, y sobre todo, que se cuestione si en medio de esta guerra, o de cualquier otra, hay tiempo para que dos hombres se amen.
La relación entre ‘Pachis’ y El Capitán, por momentos violenta, por otros lujuriosa y por otros hasta tierna, recuerda la que existía entre los protagonistas de Brokeback Mountain (Jake Gyllenhaal y el fallecido Heath Ledger). Estos hombres daban vida a dos vaqueros que crecían en un entorno cerrado y en el que el amor entre dos vaqueros, machos, implacables, era impensable.
De manera similar, en medio de este combate, estos dos soldados deben encontrar la forma de experimentar una atracción, casi incontrolable, que los conflictúa a ellos, pero también al grupo entero, quienes le van perdiendo respeto a su capitán conforme éste acepta ser embestido por el flanco trasero.
“¿Cómo quiere que la gente lo respete si todo el tiempo anda dando órdenes con el culito al aire?”, lo cuestionan.
Y aunque de noche estas sean las interrogantes que hay que sortear, de día, la misión se mantiene.
“Cuando entendamos la guerra contra el narcotráfico, nos va a ir mejor”, asegura el Capitán. “Al menos más gente se la va a creer. Al menos más que ahora”.
Porque en el fondo, estos soldados creen hacer el bien, aun cometiendo actos ilegales, piensan que es por un bien mayor, por hacer algo por su patria.
El texto de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (LEGOM) resulta muy actual y podría ubicarse en cientos de poblados de México, o incluso en otros rincones del mundo, lugares en donde las relaciones entre hombres siguen siendo condenadas.
Bajo la dirección de Sebastián Sánchez Amunátegui, estos siete actores, algunos con muy pocas líneas y en donde ‘Pachis’, ‘Cheto’ y El Capitán provocan la mayor parte de las risas, se nos recuerda que México sigue siendo un país machista, pero que aún en medio de las guerras más feroces, el amor, y las carcajadas, están permitidas.
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