Por Óscar Ramírez Maldonado / La adaptación de La mujer justa realizada por Hugo Urquijo y Graciela Dufau al texto del escritor húngaro Sándor Márai habla del amor, de la pasión, de la traición, de la soledad y la desigualdad; de un pasado que revive en imágenes que viven de la nostalgia y la memoria.
La mujer justa es un texto que, además de retratar la sociedad de Hungría durante la primera mitad del siglo XX, nos confronta con nuestro tránsito por la la vida, con nuestra propia conciencia de este paso, y con nuestro deseo de trascender a través del sentimiento amoroso y encontrar a esa persona que encarne este anhelo, a esa persona “justa”.
La historia de amor entre Peter, María y Judit es narrada a tres voces. Los personajes sobre el escenario, en monólogos que se alternan y se articulan, van hilvanando la narración en la que la desesperanza y la contradicción se extienden como telón de fondo, para al final dejar una puerta abierta a la esperanza; a fin de cuentas, como Márai puso en boca de María, el amor es “”una llama en la que al menos una vez en la vida vale la pena incendiarse”.
Este texto poderoso, en este montaje dirigido por Enrique Singer, cobra vida con las extraordinarias actuaciones de Juan Carlos Colombo, Verónica Langer, Tina French, Héctor Holten y Marina de Tavira, que regalan al público un despliegue actoral que emociona y conmueve. Los cinco actores van generando una suerte de reflexión colectiva que transita del ámbito íntimo al espacio social y su escala de valores y costumbres.
La precisión de los diálogos, el ritmo, la dicción, la intensidad de las actuaciones, hacen de éste un montaje imperdible. Las interpretaciones de Colombo, Langer, French, Holten y De Tavira no sorprende por su calidad -probada muchas veces en sinnúmero de montajes- sino por su potencia y la sintonía con la que se articulan como un todo.
El diseño de la escenografía y de la iluminación son resultado del trabajo de Víctor Zapatero, quien con precisión y sobriedad crea un espacio con aire de nostalgia, que evoca los rígidos límites de una sociedad burguesa en decadencia.
En La mujer justa cobran vida seres apasionantes y apasionados (en el sentido más puro de la pasión como sufrimiento o perturbación). Seres que viven y buscan la salida de un mundo en ruinas, del cual son víctimas. Un mundo en ruinas que sin embargo contiene en sí mismo la promesa de resurgir.
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