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Oler la sangre: dramaturgia a partir de la sencillez



Oler la sangre 1Por Luis Santillán / Oler la sangre, dramaturgia y dirección de Ro Banda es una propuesta que trabaja a partir de la sencillez, en principio es un acierto, permite que los pilares de la puesta en escena sean los actores. La línea anecdótica se desarrolla a partir de la muerte de la “Abuela”, misma que detona un viaje en el que Alo acompaña a Ale para que ella conozca a su madre. La estructura que cobija el viaje propicia que los elementos característicos del recorrido interior fluyan de buena manera, da la impresión de que emotivamente es fuerte, pero sólo es una impresión. La música de Brandon Torres es sumamente eficaz y dimensiona la escena de manera muy poderosa, sin embargo, es la música quién sostiene emotivamente los momentos, el problema no está en los actores, sino en la dramaturgia. El texto propone una serie de “revelaciones”, de “confrontaciones” pero ninguna detona consecuencias ni repercusiones, tan sólo quedan en lo “dicho”, en el boletín de prensa se puede leer que es una “pieza inmersa en el hiperrealismo”. Si bien la pieza no requiere de peripecias y se sostiene con las mínimas acciones dramáticas le es vital la construcción de caracteres. El trabajo de Víctor Huggo Martin es bueno, matiza y carga emotivamente al personaje Alo, pero por más que construya, las reacciones marcadas desde el texto no dan para lograr el vínculo emotivo. Adriana Llabrés es una actriz que montaje a montaje crece, es notorio la evolución de su hacer desde Rudo a la fecha, lo mismo que Martin tiene momentos muy interesantes, le da a su personaje un matiz de inocencia que lo enriquece; la complicidad de ambos actores es el mayor acierto de la propuesta.

El texto usa herramientas de la narración escénica de tal manera que hay momentos donde la escena se construye con el discurso directo de los personajes y el resto por la dinámica de acción convencional. La dirección parece no dialogar con la dramaturgia, parece que no hay un entendimiento sobre los ejes estructurales del texto. En bloques sostenidos por la narración escénica los personajes dicen “comemos” y la resolución escénica pone a los actores a comer literalmente, en bloques donde el texto propone un cambio de ritmo, la propuesta del director la ejecuta sin filtro como si el único deseo fuese hacer ilustración tras ilustración, da la sensación de que Banda sólo quiere satisfacer al dramaturgo (que es él mismo) y la dirección está a merced del texto sin una aportación o propuesta.

La escenografía e iluminación corren a cargo de Miguel Moreno y su trabajo es bueno, con los mínimos elementos concreta el espacio de una manera no realista dado que su estación de trenes apela al imaginario colectivo y he ahí el gran acierto, pero ocurre algo curioso, porque no propicia el “hiperrealismo” que pregona quien escribió el boletín de prensa, pero tampoco dialoga con el texto. Es muy llamativo saber qué ocurrió en el proceso porque la escenografía concreta contundentemente lo que parece ser la petición del director, pero el texto grita un espacio diferente.

Oler la sangre tiene un equipo de trabajo grande, sin embargo lo que está en escena tiene una serie de contradicciones o falta de visión enriquecedora como si sólo un reducido número de personas hicieran el proyecto, el texto va en una dirección, la escenografía en otro, la propuesta del director (por lo que se puede leer en la intenet) ve algo que en el proyecto no se concreta, y no es legible donde está el filtro de productor y del productor ejecutivo.

La razón central por la cual amerita ver Oler la sangre es por el trabajo de Adriana Llabrés y de Víctor Huggo Martin, lo que ellos hacen, más la música de Torres, permiten tener una grata experiencia aun cuando todos los demás componentes no sumen a su hacer.

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