Por Óscar Ramírez Maldonado / ¿Quién teme a Virginia Woolf? es un auténtico clásico contemporáneo. La obra, escrita por Edward Franklin Albee y estrenda en 1962, tiene un texto sin fisuras y poderoso, con algunos toques de humor ácido y, también, con algo de ambiguo y enigmático.
En su época la obra fue calificada como obscena e indigna por el comité de los Premios Pulitzer, razón por la cual decidió no entregar a Albee el reconcimiento que el jurado del premio, con toda justicia, le había otorgado. Esto quitó al autor la oportunidad de ser -junto con Eugene O’Neill- el dramaturgo con mayor número de premios Pulitzer, sin embargo la decisión no evitó que ¿Quién teme a Virginia Woolf? se volviera un referente del teatro contemporáneo.
Un matrimonio con 20 años a cuestas y otro recién formado se encuentran en una casa. La anfitriona, Martha, los ha invitado después de una fiesta de profesores a la que los cuatro han asistido. Martha y Jorge tienen una relación compleja y algo extraña, que se mueve entre el amor y el odio, entre el juego y el hartazgo. Ella es hija del rector de la universidad en la que Jorge es profesor de Historia. Linda y Nicolás recién se han integrado a la vida de la institución educativa, él ocupa una plaza de profesor. La joven pareja se verá involucrada en una noche de reproches y juegos psicológicos, revelando sus propios defectos y debilidades.
Bajo la dirección del argentino Daniel Veronese, cuya intervención más reciente en los escenarios mexicano fue Los corderos, Blanca Guerra regresa al teatro después de cuatro años de ausencia y su interpretación es, sencillamente, impresionante. En el papel de Martha, la actriz no podría estar mejor.
Álvaro Guerrero también da una cátedra de actuación. En el papel del profesor universitario, Guerrero parece sentirse como en su propia piel. Con muchas similitudes con su más reciente personaje en teatro -el profesor desencantado de la vida en Tren hacia la noche-, Guerrero imprime a este otro profesor un sello propio. Jorge, al igual que Martha, es alcohólico, pero a diferencia de ella en la relación ha asumido el papel -en apariencia- del más débil.
El cuadro actoral lo completan Sergio Bonilla en el papel de Nicolás y Adriana Llabrés como Linda. Ambos ofrecen una sólida actuación que aporta al montaje y sirve como soporte para que los dos protagonistas principales desarrollen todo su talento en el escenario.
La escenografía de esta producción de Arturo Barba, Rodrigo Trujillo y Jacobo Nazar, es un trabajo de Óscar Acosta y genera el entorno perfecto para ubicarnos dentro de una casa a finales de los años 50 o principios de los años 60 del siglo pasado, enclavada entre los árboles y en la cual una reunión social se transforma en un campo de batalla en el cual los personajes se van delineando a través de sus obsesiones, sus temores, sus fantasmas, e incluso de sus mentiras.
