Por Alejandro Klerian Ramírez / En el vestíbulo del Teatro Aldama (Rosas Moreno 71) se percibe ambiente e ilusión. Una fiesta en honor y en tributo a la música del grupo Mecano está por comenzar. Se da la tercera llamada y así olvidamos, aunque sólo sea por unas 2 o 3 horas un sin fin de lamentos, agobios, preocupaciones (que si la reventa, el ambulantaje, que si no hay boletos, ¿dónde dejo el coche?, ¿no se lo llevará la grúa?, ¿habrá parquímetros?, llego tarde, la inseguridad, las prisas, nuestro México diario, la capital).
Ya adentro del teatro, los jóvenes cantantes, bailarines, actores y actrices nos comparten su sueño y la magia, su máximo esfuerzo por recrear y ambientar la historia, la música, el surgir, consolidarse y morir del grupo Mecano y la década ochentera de ayer; hoy, década inmortal.
Es así como la energía de estos chavales, bien liderados por Alan Estrada, nos transportan a Madrid, al Madrid de los 80’s, al Madrid de la “Movida”, a ese Madrid querido y libre, repleto de travestis, de pelucas, de luces fluorescentes, de sueños por cumplir. Así, una vez sentados en nuestra respectiva butaca -que se siente como una mesita más de las que en el escenario vemos-, es que una letra, la música, la nostalgia nos hacen recordar. Escuchamos temas como aquél en honor a Salvador Dalí y -a pesar del paso del tiempo- sabemos que “andamos justos de genios”.
Aire, No hay marcha en Nueva York (ni sigue habiendo), El 7 de Septiembre-nuestro aniversario, Hijo de la luna, La fuerza del destino y tantos otros éxitos, por así llamarles, que tuvo el Grupo Mecano. Los ochentas, las drogas, el bar-man, aquellas minifaldas, tus sueños, mi pelo largo y el maquillaje nos van remontando y rememoramos aquel ayer, aquel entonces, ayer cuando teníamos dieciséis.
Cierto es que, como en todo buen musical, como en toda buena fiesta, Hoy no me puedo levantar pudiese tener, en plan muy estricto, alguna pequeña falla o error. Quizá algún detalle en la adaptación, en la actuación tal vez; mas, ¿quién es uno -y máxime con el fervor de la alegría y de la emoción- para señalar con el dedo inquisidor, si tal o cual detalle, por mínimo que parezca fue el preciso o adecuado?
No, ninguna fiesta fue ni será perfecta; enhorabuena por ello. Si recurrimos a la nostalgia, recodaremos que en toda buena fiesta el hielo podía faltar o el refri descomponerse, incluso a mi chava, en un descuido, me podían bajar. No, hoy no es momento de juzgar y de ser perfectos, todo lo contrario, es momento de disfrutar, sentir, dejarnos llevar por la música y la alegría, por el buen momento y el recuerdo de aquellos instantes. Aquel micrófono en la mano, una grabadora -con o sin cassette, qué importa- las bocinas a toda pastilla, nuestro estudio de grabación, aquel beso, mi primera experiencia, tu primer amor.
Así es como, palabras más, palabras menos, las letras y la música de esta obra nos transportan a una época, a un ayer, a esa época ochentera. Al final -y como todo buen principio advierte- dicen que todo lo bueno acaba. Así abandonamos el teatro, sin embargo algo extraño ocurre afuera. Por un momento pareciera que la obra no hubiese terminado, el ánimo perdura en la calle de Rosas Moreno y se puede escuchar como -mientras recoge su coche- la gente aún canta y corea las canciones de Mecano. Incluso, alguna que otra bienaventurada pareja (hoy, más guapa que nunca) se digna a bailar, a sacarle brillo a una calle muchas veces asfaltada.
Hoy, no cabe la menor duda, es noche de fiesta; hoy, es noche de reencuentro, noche bien ataviada con jeans Jordache, mocasines y chamarra marca “Members Only”. Qué linda luces así, que bien te ves hoy, bendita noche primaveral; cierto es que mañana, tal vez, nuevamente sea noche de oficina, de trabajo, quizás. Eso dejémoslo para el mañana; hoy, a bailar, a disfrutar, aunque mañana no me pueda o quiera levantar.
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