Por Óscar Ramírez Maldonado / Hace unas semanas Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (L.E.G.O.M) recibió el premio nacional de dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón, el jurado que otorgó el reconocimiento señaló que el autor “cuenta con un corpus de obra sólido, que retrata a la sociedad mexicana en su contrastante diversidad”. Esta sociedad mexicana y su diversidad, son precisamente lo que L.E.G.O.M. retrata en Civlización, puesta en escena que después de haberse presentado hace un par de años bajo la dirección de Alberto Lomnitz está de regreso en la cartelera de la Ciudad de México.
La obra, de nueva cuenta bajo la dirección de Lomnitz, es tan vigente como en el año 2006 cuando fue escrita, o como en el 2011 que fue montada por primera vez. Una obra como Civilización es una obra necesaria en un país donde el primer mandatario compara la batalla más sangrienta de la Revolución mexicana, la toma de Zacatecas (que costó la vida a más de 7 mil mexicanos), con el triunfo de la Selección Mexicana ante Croacia en el Mundial de Brasil 2014. Y no es que ese triunfo deportivo no tenga un gran valor, simplemente se trata de cosas muy diferentes y con un alcance muy distinto.
Es una obra necesaria, porque podemos encontrar en nuestro país desarrolladores inmobiliarios que proponen rotar el Polyforum Cultural Siqueiros para integrar sus murales a un proyecto arquitectónico que modificaría el entorno de ese espacio, sin importar el bien colectivo.
Con un elenco muy sólido, encabezado por José Carlos Rodríguez y Juan Carlos Vives, esta puesta en escena es una crítica ácida y puntual sobre nuestra clase política y empresarial, y sobre nuestro silencio como sociedad ante sus abusos. Hamlet Ramírez y Salvador Velásques completan el equipo actoral que realiza una interpretación precisa y divertida, con un ritmo inmejorable.
L.E.G.O.M nos coloca frente a una situación que como público fácilmente reconocemos. Como un metáfora de un todo más grande, Civilización nos habla de un pueblo perdido en algún lugar de un país que funciona sobre los mecanismos de la corrupción, el tráfico de influencias, el cinismo y en el cual solamente valen los intereses del poder político y económico.
A partir del humor, el autor nos presenta un retrato de cuerpo entero de nuestro país y nuestra forma de actuar como sociedad. El proyecto para construir un edificio de 20 pisos en el centro de una pequeño pueblo colonial, considerado Patrimonio de la Humanidad, es el pretexto para mostrarnos los mecanismos bajo los que funciona el poder en nuestro país.
José Carlos Rodríguez, interpretando a un empresario corruptor, y Juan Carlos Vives, dando vida a un político corrupto, responden a las exigencias del texto y nos regalan una actuación intensa que se mueve entre la farsa y la explosión dramática. Hamlet Ramírez y Salvador Velásquez son el contrapunto de estos personajes que lo abarcan y lo absorben todo, son, digámoslo así, los que se mueven a la sombra del poder.
La escenografía es sencilla y sobria. El inconfundible paisaje El valle de México, realizado por el pintor mexicano José María Velasco en el siglo XIX, sirve de fondo durante toda la función. El icónico paisaje y una figura que nos refiere al dios azteca del inframundo, Mictlantecuhtli, nos ubican en un país del cual en ningún momento se menciona su nombre, y en una continuidad histórica que busca encontrar las raíces de nuestros vicios como sociedad.
El teatro y la política en muchos planos comparten elementos, ambos son sistemas de símbolos y convenciones que buscan transmitir algo. En muchos sentidos, el político es un histrión y la gente de teatro, por fuerza, está inmersa en un orden político y social sobre el cual puede buscar incidir o decidir renunciar a ejercer cualquier influencia sobre el mismo. En Civilización la risa es el canal que nos permite observarnos a nosotros mismos y reconocernos sobre el escenario; entendernos y aún así ser capaces de disfrutar. Y, tal vez, en el mejor de los casos, cambiar un poco nuestra relación con el poder.
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