Por Oscar Ramírez Maldonado / Hay historias que a veces pareciera imposible contar si no es desde el terreno del drama, y que sin embargo para lograr todo su alcance y conectar con el público requieren del tratamiento contrario: un sutil coqueteo con la farsa y el drama. Historias fuertes y complejas que requieren del atrevimiento del autor y de quien las lleva a escena, evitando así quedar sepultadas por el peso de su propia trama. Este es el caso de la obra Nuestras vidas privadas, un texto del colombiano Pedro Miguel Rozo, que bajo la dirección de Sebastián Sánchez Amunátegui logra atrapar a la audiencia, haciéndola reír para después cerrar con un par de “vueltas de tuerca” que como una bofetada sacuden las conciencias.
Sebastián Sánchez, con esta su segunda puesta en escena, se nos planta con una propuesta interesante y arriesgada. Un escenario prácticamente desnudo, con la menor cantidad de elementos posibles, nos trasporta a un pueblo con aspiraciones de ciudad o una ciudad muy pueblerina. Donde la gente piensa en voz alta o dice lo que piensa, donde la mirada inquisidora siempre está demasiado cerca. En este entorno, un grupo de extraordinarios actores toma el peso de la historia sobre sus hombros, dependiendo tan solo de su calidad actoral y de su talento.
Vestidos con ropa blanca y negra, este grupo de actores nos narra la historia de un hombre acusado de haber intentado abusar sexualmente del hijo de su empleada. La falta de elementos para que este padre de una familia “de buena posición” -un poco venida a menos- sea juzgado, no evitarán el juicio público, la sospecha, el escándalo y la duda. Los eventos se suceden, y lo único de lo que el espectador podrá estar seguro es de que nada sobre el escenario es lo que parece.
El padre, interpretado de manera impecable por Marco Treviño, enfrenta la tormenta a su alrededor como quien nada teme, aferrándose a su propia visión de los hechos; una estupenda Leticia Cavazos personifica a la madre que, segura de cómo “deben” ser las cosas, vive esta situación casi como si nada pasara; Carlos y Sergio, los hijos interpretados por Pablo Astiazarán y Bernardo Benítez respectivamente, hacen un perfecto contrapunto; Carmen Ramos y Rodrigo Ramos interpretan con solvencia el papel de la madre y el hijo, personajes complejos, fundamentales en el desarrollo de esta obra. Todos ellos, haciendo juego con un excelente Miguel Conde que da vida a un psicoanalista, cínico y aprovechado como pocos.
La puesta en escena cuenta con un muy efectivo diseño de iluminación realizado por Isaías Martínez, quien también funge es el asistente de dirección.
Sin lugar a dudas Nuestras vidas privadas, que se presenta los lunes en el Foro Shakespeare, es un trabajo muy bien cuidado que entretiene y logra llevar al público a la reflexión. Una estupenda propuesta teatral que no se deben perder.
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