Por Mariana Mijares/Shakespeare nos habla de nuestro tiempo; no importando que sus obras tengan más de 400 años, el autor sigue vigente, y más, con cada nueva representación e interpretación de su trabajo.

Después de trabajar -en sólo un año- en los montajes de Romeo y Julieta, Medida por Medida, Ricardo III, y más recientemente en Macbeth, el director Mauricio García Lozano, asegura que las obras del autor son “la vigencia absoluta de su estudio humano y la enorme necesidad que seguimos teniendo -de un lado y otro del escenario- de reconocernos en ese reflejo”.

Bajo este concepto del reflejo que se logra con Shakespeare, un espejo intemporal que nos devuelve la noción de lo que somos, se concibió Macbeth, montaje producido por Tercera Llamada que se presenta hasta este fin de semana en el Teatro Milán.

Después de sumergirse un largo periodo en las palabras y los significados de Shakespeare, García Lozano nos habla del legado del autor; de su relevancia en la actualidad de México y de cómo nunca nada competirá con el prodigio de la experiencia del teatro… La humanidad siempre se verá reflejada.

En los últimos meses has tenido la oportunidad de encabezar diferentes montajes de Shakespeare, ¿qué te han dado estas oportunidades de revisitar textos clásicos? ¿Qué sigues aprendiendo de Shakespeare y de sus personajes?

Fotos: Alberto Clavijo

Lo primero es entender precisamente que Shakespeare y todo proceso teatral es eso: aprendizaje. En la voluntad de dar vida a una idea, de organizar con elementos humanos una trama ficticia, sólo puede haber duda, misterio, laberinto, viaje y – ulteriormente- aprendizaje. Considero que Shakespeare nos abre generosamente una puerta que da paso a incontables vetas de lo humano. Para un director y un equipo de actores y colaboradores creativos, abrir esa puerta es una oportunidad muy emocionante para hacerse preguntas, para abrazar el misterio.

Me emociona hacer teatro y montar a Shakespeare porque, cada vez, me pone frente al brillo de la mirada de mucha gente dispuesta a internarse por un sendero de descubrimiento sin saber qué va a encontrar.

Lo que más aprendo de Shakespeare hoy y aquí es la vigencia absoluta de su estudio humano y la enorme necesidad que seguimos teniendo -de un lado y otro del escenario- de reconocernos en ese reflejo que como un espejo intemporal nos devuelve la noción de lo que somos; de nuestras luces y nuestras profundas sombras.

¿Cómo elegiste el elenco de Macbeth y por qué se decidió que algunos actores, como Lisa Owen y Assira Abbate representaran más de un papel?

El teatro isabelino y en particular el de Shakespeare es teatro popular. Más allá de la altura poética o la hondura temática o la complejidad tramática, las obras de Shakespeare fueron escritas para ser encarnadas en la escena (escribió libretos, nunca libros) y por lo tanto para divertir y entretener. Sin ese elemento -el contacto con el interés y la emoción de su público- el teatro de Shakespeare (y todo teatro) pierde sentido.

Uno de los elementos fundamentales en las representaciones históricas del teatro isabelino, tenía que ver con el juego de la convención teatral como vehículo principalísimo para conducir la imaginación del público. No había escenografía, el vestuario era muy rudimentario, y los actores rara vez estaban en “casting” -esa tiranía se la debemos al cine y a la tele-. Aquellas historias existían porque el actor se paraba frente al público y decía: “Es de noche, tras la luna atisbo un balcón, en él irradia la luz de mi amada y mi nombre es Romeo”. Convención teatral.

Los repartos se hacían casi siempre con compañías de entre 8 y 12 actores -varones- y todos “dobleteaban” o “tripleteaban” personaje con apenas un gesto para diferenciarlos. Esto -lo que yo entiendo por “magia teatral”-, es crucial para entrar en el espíritu shakespeareano, porque obliga al juego; y el teatro es eso: juego perpetuo.

En el caso particular de este montaje, el prodigio de ver a un solo actor desdoblarse en varios personajes encuentra un sentido de discurso más profundo, ya que detrás de los personajes femeninos habitan las brujas que echan a andar la rueda de la fortuna de esta historia. Quise concebir a las brujas como tres madres terribles que alumbran al mal. Me parece que Lady Macbeth puede ser leída como una madre que amamanta a su “hijo” Macbeth con la hiel de su seno, para que este decida cometer el “parricidio” que implica asesinar a Duncan.

Además, ese juego permite una presencia muy dinámica y continua de las brujas como testigos permanentes durante el desarrollo de la acción de la obra.

Con la situación política de nuestro país, ¿Cómo se vuelve Macbeth aún más relevante para nuestro tiempo?

Me parece que Shakespeare siempre nos habla de nuestro tiempo. Tenemos que derrumbar el pedestal en el que, por ignorancia o arrogancia, colocamos a Shakespeare; esa idolatría al “dios inalcanzable” lo único que consigue es pervertir el espíritu de su teatro y alejarnos de la posibilidad de experimentarlo. Y el teatro es experiencia presente, ni más ni menos. Si no vamos al teatro a vivir, ¿a qué demonios vamos?

Shakespeare no puede ser más que del presente porque se experimenta en el presente. Macbeth hoy y aquí, en enero del 2018 en la CDMX, nos obliga a ponderar los grandes peligros que habitan en la ambición por ocupar la silla del poder; nos hace reflexionar sobre la complejísima relación que existe entre el hombre y la mujer; nos coloca ante la desconcertante visión de que en la realidad todo tiene la posibilidad de convertirse en su contrario de un momento a otro. “Lo recto se tuerce, lo limpio está sucio; lo malo es lo bueno, lo puro es impuro…”, sentencian las brujas al descorrer el telón de lo que será una historia de alucinaciones afectivas, políticas y morales.

¿Cómo trabajaste con Adrián Martínez, el escenógrafo, para decidir que el agua fuera parte importante de este montaje? ¿Y qué significaba este elemento para ustedes?

De manera extraordinariamente orgánica. Adrián propuso un contenedor que me remitió de inmediato a la última escena de Stalker de Andréi Tarkovski -una de las obras de arte que más influencia tienen sobre mí-. Y de un momento a otro entendimos que lo que necesitábamos era anegar por completo ese espacio -a diferencia de Tarkovski-, para construir un gran espejo que a su vez pudiera contener la realidad alucinada que vive el protagonista; pero que también pudiera ser sangre y agua al mismo tiempo ¿y por qué no? líquido amniótico que contiene al engendro del mal.

Por otra parte, el agua ha sido el gran símbolo del inconsciente humano y como mi intención era intentar enfocar la historia a partir de la percepción de los protagonistas, y por lo tanto relativizar el enfoque de la realidad -hacerla borrosa-; un piso de agua adquirió de golpe un gran sentido conceptual.

¿Cómo fue la logística para decidir cómo jugarían los actores con el agua, y hasta con el público?

Bueno… eso lo supimos hasta que la tuvimos debajo. Yo desarrollé un trazo tomando en cuenta toda la utilización que podíamos hacer del elemento e intentando ser consecuente con su múltiple simbología, pero hasta que no nos metimos en el charco, no supimos la bronca en la que estábamos. Confieso que no fue fácil, porque por un lado constatamos el acierto de nuestras intuiciones, pero por otro nos dimos cuenta de la cantidad de detalles logísticos que había que resolver en muy corto tiempo…

En ese sentido logístico, y como los actores se mojan cada función, ¿cómo se ha evitado que se enfermen?

Después de un ensayo en el que los actores -con toda razón- se negaron a continuar a causa del frío y la incomodidad, nos vimos en la necesidad de buscar las alternativas para resolver el problema. Y tuvimos plan a: neopreno de pies a cabeza, y plan b: secar el charco y hacerla sin agua. Créeme que yo estaba totalmente dispuesto a seguir la segunda opción porque había visto corridas “en seco” que me habían parecido muy sólidas. El teatro es eso: capacidad de adaptación, juego, escucha y resolución. Por fortuna el neopreno funcionó.

En tiempos de Netflix y de teléfonos inteligentes, ¿por qué es importante seguir yendo al teatro, y más, para revisitar a Shakespeare?

Porque nada compite con el prodigio de la experiencia viva. La humanidad necesita verse reflejada y el teatro te ofrece esa experiencia viva y en vivo a través de historias apasionantes. Además, una buena parte de los temas de la series y películas de Netflix, así como la compulsión voyerista y exhibicionista en la que nos sumergen nuestros teléfonos inteligentes, tienen todo que ver con las tramas y los personajes que Shakespeare ya estaba observando hace 400 años…

Finalmente, ¿Por qué te gustaría que el público que no ha ido vaya a ver Macbeth?

Porque es la oportunidad para constatar la vigencia de un dramaturgo que es patrimonio de la humanidad, y porque Macbeth, con su combinación magnífica de política, amor y fantasmas, es probablemente su mejor obra.

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