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PANDA MALO: Juguete escénico para vouyeristas



Fotos: Alfredo Millán.

Por Kerim Martínez/Vivimos para satisfacer a los demás. Hacemos lo que otros quieren que hagamos. Alguien que no conocemos dijo que debemos comportarnos de cierta manera porque así debe ser. Pero… ¿qué pasaría si un día nos dejamos llevar por los instintos más primitivos y apostamos por descubrir quiénes somos realmente y cuáles son nuestros gustos? Estos problemas se plantean en la obra Panda malo de Megan Gogerty (Hillary Clinton got me pregnant, Aberzombie, Housebroken) traducida y dirigida por Miguel Santa Rita (Parásitos, El delirio de las flores).

Dos pandas viven en cautiverio con la esperanza de procrear una criatura para evitar que su especie se extinga. Tienen un objetivo claro y tratan de cumplir la tarea aunque desconozcan los procedimientos que llevan a ello. Todo parece ir por buen camino hasta que se presenta un obstáculo dentro de ese hábitat custodiado por cuatro científicos: un astuto cocodrilo que cautiva la atención del panda macho logrando que la hembra quede en segundo término. Todos deben coexistir, no hay otra opción.

El productor y actor Pablo Perroni trae por primera vez a México este texto de la dramaturga, comediante y standupera norteamericana Gogerty para presentarse una vez por semana en el Foro Lucerna, espacio que desde hace un par de años se ha caracterizado por la exploración de dramaturgia contemporánea y novedosas propuestas teatrales.

Panda malo es un montaje muy divertido (no carente de profundidad) que centra su construcción dramática en tres personajes: Gwo Gwo, Marion y Chester. El primero es interpretado por José Ramón Berganza (Irene, La lechuga, La dalia negra), un actor que llena de gracia y seguridad el escenario desde la primera escena; durante el tiempo en escena, logra cautivar a los espectadores que exteriorizan continuamente su sentir con suspiros y exclamaciones que demuestran su empatía con este tierno panda que vive un gran conflicto: aceptar que se enamoró de alguien que no debía y romper las reglas.

El segundo es encarnado por Paola Arrioja (Proyecto Laramie, Honeymoon suite, Privacidad) que no la tiene nada fácil por ser excluída a los pocos minutos de iniciada la obra y convertirse en un estorbo para los otros animales; sin embargo, la pandita se hace notar y astutamente logra manipular al cocodrilo para recobrar lo que todos queremos: un poco de atención. A través de un acertado manejo energético que evita que la obra (sin intermedio) decaiga, la actriz sostiene el ritmo y llega a un clímax escénico que arranca aplausos en la butaquería.

El tercero en discordia corre a cargo de Perroni (Puras cosas maravillosas, Nerium Park, Happy), que después de haber acostumbrado al público a personajes oscuros (o muy cargados emocionalmente) da un giro en su carrera al personificar al cocodrilo “mamón” capaz de seducir a cualquier ser vivo; maneja la farsa con astucia y consigue construir un ente de ficción no sólo de escamas, sino de carne y hueso.

La dirección de Santa Rita es conveniente porque se aleja del camino fácil que sería caricaturizar a los personajes del reino animal y apuesta por una exploración exhaustiva y humanizar sus características para que entendamos el planteamiento que viene a partir de la dramaturgia. El trazo escénico es fluido y juguetón, sobre todo en los intentos de apareamiento, aunque en algunas escenas el director sitúa largo tiempo a los actores acostados en proscenio y se obstaculiza que algunos espectadores sigan la puesta por momentos.

En los extremos existen dos pantallas donde cada vez que termina una escena se proyecta a los científicos vouyeristas reaccionando ante el comportamiento de las tres bestias. El recurso es utilitario aunque los videos podrían acortarse un poco. Están acompañados por el diseño sonoro de Pablo Chemor, concisas transiciones musicales que marcan un respiro para dar paso a lo que sigue; siempre se agradece no manipular al espectador a través del audio.

La escenografía es sencilla y por el acomodo del público parece que observa las escenas como si estuviera tras los cristales del zoológico. Corre a cargo de Mario Marín del Río, al igual que el diseño de vestuario que podría hacernos evocar una pijamada infantil pero los intérpretes logran portarlo con tanto orgullo y desenfado que da gusto verlos así ataviados.

El acierto más grande del montaje está en el elenco: tres actores que continuamente vemos en cartelera (en todo tipo de montajes) y que se han ganado a pulso el derecho de estar arriba de un escenario. Hay honestidad en ellos traducida en verdad escénica; se divierten como niños durante casi dos horas y esto se transmite. Junto con su director arman un montaje plagado de símbolos y mensajes sociales importantes pero envueltos en una atmósfera amena, ligera y nada pretenciosa.

Quizás todo ser humano lleve un panda malo en las entrañas, pero sólo unos pocos se atreven a mostrarlo de vez en cuando. Afortunadamente el teatro existe y permite sacar los animales que ocultamos.

Consulta precios y horarios de la obra, aquí.

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