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LOS OJOS: Ceguera, dolores y verdades como puños



Fotos: Armando Díaz

Por Eugenio Fernández Vázquez/ Ésta es una historia de dolores; de los dolores que no vemos, pero que sentimos y que nos dejan heridas que sangran sin parar. Es una historia de ciegos en todos los sentidos; de ciegos que no ven con los ojos y de ciegos que no se pueden ver a sí mismos, aunque tengan una visión impecable. Es una historia que, con texto de Pablo Messiez y bajo la dirección de Cristian Magaloni, y sobre todo con las actuaciones de Sara Nieto, Assira Abbate, Roberto Beck y Ana Kupfer, vale mucho la pena ver.

En realidad, Los Ojos cuenta dos historias -zurcidas con cuidado, es cierto, pero dos historias separadas al fin. Ambas están actuadas con maestría, y aunque una quede a medio contar, el texto de Messiez fluye con la misma facilidad con que sacude a los espectadores y nos recuerda que las cicatrices no siempre sustituyen a las heridas, y que están ahí, lastimando sin tregua.

La primera historia presenta el drama y el dolor de Nela, encarnada por Assira Abbate. Es una mujer diminuta que no sabe verse bella, y que se ha enamorado de Pablo -Roberto Beck-, un ciego de nacimiento que solo sabe ver en ella la belleza de una mujer buena. Ambos son profunda, hondamente generosos, a diferencia de Natalia, la madre de Nela, que envuelve la relación como una amenaza. A ella, que no es propiamente egoísta, el dolor la ha hecho cruel, y su franqueza sin cortapisas hace temblar las piezas del muy delgado equilibrio en que las inseguridades de la chica han puesto su noviazgo.

De cualquier forma, no basta el amor para dar solidez a una relación apoyada en los pies de lodo del miedo. El azar, que llega a lomos de Ana Kupfer -una oftalmóloga tan perdida como todos en el escenario-, terminará por dar al traste con tan frágil construcción.

Sin que termine esa primera historia, de pronto el punto de vista de la obra cambia, y el énfasis queda en Natalia, en sus dolores, en la filosofía que nace de sus heridas. Atea que no solo perdió los dioses, sino también las ilusiones, encarnada por Sara Nieto se adueña del escenario con un humor duro y una franqueza que arranca al público risas sinceras pero incómodas ante el drama.

La actuación de Nieto es tan rotunda, las palabras de Natalia tan duras, tan relevantes, tan hirientes, que el resto de la obra pareciera una introducción a sus confesiones, que se convierten en los hechos en un monólogo asistido por las apariciones del resto de los actores. Sin ir más lejos, aunque es difícil escoger los mejores momentos de una obra con diálogos tan bien construidos y con actuaciones tan correctas, quizá los instantes más memorables llegan cuando Natalia habla por teléfono con el vacío.

Por lo demás, la obra transcurre sobre una muy sobria escenografía de Miguel Moreno Mati. Construida con enorme sencillez, permite a los diálogos -y al cuasi-monólogo de Natalia- ocupar el lugar principalísimo que merecen, sin muebles que estorben.

En cualquier caso, sea por la hondura de la historia trunca de Nela y Pablo; sea por la fuerza de Sara Nieto, esta es una obra que abre los ojos a quien no quiere ver, que hace evidentes dolores, angustias y dudas que son de todos, y que sobre el escenario cobran belleza y relevancia.

Consulta precios y horarios de la obra, aquí.

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