Por Roberto Sosa/ Es una pregunta que se hacen los migrantes al momento de cruzar el desierto; el sueño americano es en proporción con la altura de los rascacielos de la Gran Manzana, entre más altos sean los edificios, mayor es el anhelo de llegar a los EEUU. Para la mayoría el sueño se termina al intentar superar la frontera, o en el territorio mexicano, bajo las ruedas del tren La Bestia; quizá en manos de la policía o de Los Maras.
La obra desentierra la historia de cómo exhumar cuerpos en el desierto – la mayoría son mujeres-, el escenario es un arenero que representa un sitio deshabitado, estéril y árido, habitado por seres en el límite, en donde vivir es una suerte. La historia es la pesadilla que viven a diario miles los connacionales y centroamericanos que buscan llegar allende la frontera, o de quienes residen en ciudades que colindan con el vecino país del norte. La más emblemática es Ciudad Juárez.
La obra aborda temas como el narcotráfico. Habla de la gente que se dedica a esta actividad, personas sin escrúpulos que matan por dinero, por venganza o por poder. El territorio mexicano se lo dividen en zonas geográficas por donde transita la droga; las autoridades están en contubernio con los capos. También versa sobre la trata de personas, mujeres centroamericanas que son obligadas a prostituirse: “todo por no chupársela a un mexicanito…”.
El relato nos lleva a Ciudad Juárez, lugar en donde las maquiladoras dan empleo a miles de trabajadores, la mayoría son mujeres jóvenes que por necesidad se ven obligadas a trabajar; para lograr el empleo son abusadas sexualmente. El riesgo no sólo es dentro de las fábricas, salir temprano de casa o en el trayecto de regreso, muchas de ellas son levantadas, violadas y asesinadas… y enterradas en despoblado. La obra denuncia los feminicidios, en Juárez y en gran parte del territorio.
Desde el escenario se desarrollan los acontecimientos, las escenas son duras, visualmente perturbadoras, yo no veo la belleza estética –dice el boletín de prensa-, por ningún lado, lo que se representa es una realidad que rebaza la ficción; las actuaciones son espléndidas, los personajes realmente representan la maldad, la crueldad y el dolor que sufren estas personas que se hallan en condiciones extremas.
La dirección es de Diego Álvarez Robledo, desde su mirada, en la obra no existe la esperanza para los protagonistas, lo que viven es el infierno; el discurso escénico es contundente, crudo, real, duele. Si el texto habla de maltrato, se maltrata; si las mujeres son tratadas como objetos sexuales, pues se las cogen con violencia, sin tacto… sin agrado. Todo lo que se representa se queda corto con lo que sucede en la realidad.
Los actores no salen de la escena; se desdoblan con distintos personajes o apoyan con sonidos desde los costados del escenario y se cambian de ropa ahí mismo. En este sentido, la obra es ágil, con ritmo, no hay descansos, ni pausas. Como espectador me gusta la puesta en escena, está bien hecha, bien producida, con buenas actuaciones y bien dirigida, no obstante la sufrí, es fuerte, duele, trastorna.
De Óscar Garduño, ¿Qué tan altos son los edificios en Nueva York?, se presenta con las actuaciones de Pilar Couto, Américo del Río, Leticia Pedrajo, Estela Rivera, Javier Sánchez y Medín Villatoro en el teatro Benito Juárez, consulta precios y horarios de la obra aquí.
