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¿Qué tan altos son los edificios de Nueva York? El precio del sueño americano



Edifcios de NY 2Por Luis Santillán/ Diego Álvarez Robledo dirige ¿Qué tan altos son los edificios de Nueva York?, un texto de Óscar Garduño. En el programa de mano se puede leer una de esas cifras conocidas como “datos duros” sobre las mujeres que han sido asesinadas entre 2013 y 2014 y promete una serie de acciones que no ocurren en la puesta en escena. En la Revista Replicante (http://revistareplicante.com) el autor escribe sobre un pueblo donde matan mujeres y, de esa manera, explica que pretendía contener en su texto dramático, hubiera sido interesante la existencia ese texto.

Hay una serie de problemas en el texto que propone para la puesta en escena, el primero de ellos es que el deseo, (o preocupación nacida de la temática elegida) sólo queda en el ámbito de la pretensión, muy poco se concreta, por lo menos en cuanto a aquello que puede llamarse texto dramático.

Existe una línea central construida con una serie de anécdotas de una adolescente que vive en un lugar donde el feminicidio es, parafraseando al personaje de la madre de la adolescente, lo mejor que le puede pasar a una mujer. Las anécdotas sirven para hilvanar otras líneas anecdóticas de más personajes, sin embargo, todas quedan en el grado de anécdotas. Ninguno de los personajes que padecen la “realidad” ejercen una voluntad sobre las acciones, tan sólo son víctimas, no hay resistencia, obstrucción, deseo de modificar circunstancias, no hay matices, tampoco contrastes, cambio de dirección, algún giro de fortuna, todo queda en una enumeración de casos, de terribles realidades.

La construcción de ficción es sumamente endeble, y no como una propuesta del autor, sino como la resultante de concentrar la escritura sólo en ser redundante en un tema en el cual se aporta poco pero “conmueve” lo necesario. El feminicidio es absolutamente deleznable y el texto se regodea sobre la premisa que se tiene desde que se lee el programa de mano, sin sumar algo sobre el tema.

Otro de los elementos faltantes es el opositor, los victimarios carecen de relieve, de profundidad, quedan como burdos clichés, son villanos tópicos, la suma de carencias en la construcción de personajes podría funcionar si se pretendía escribir un melodrama, pero no es así. El primer momento en que se hace referencia al título de la obra es el más logrado, porque hay un boceto de situación, de personaje, la línea anecdótica está alimentada por una acción frustrada, hay una elevación de mundo al jugar con los referentes de superhéroes, sólo que a partir de ahí, toda la propuesta autoral va en picada.

¿En qué momento y de qué forma hay una propuesta dramática por parte del autor? Da la impresión de una falta de complicidad entre el autor y el director. Álvarez Robledo en trabajos previos muestra una mayor capacidad de crear drama a partir de lo que se podría llamar líneas documentales.

¿Qué falló en la mancuerna de trabajo? El director emplea recursos que ha desarrollado en sus puestas anteriores, los actores como los constructores de ficción usando lo que siempre está a vista del espectador, un trazo preciso con un manejo del espacio limpio. Es clara la propuesta de su parte, incluso permite que haya fluidez y cierta repercusión en la anécdotas a desarrollar, sin embargo, el texto se convierte en el mayor freno. Cuando Álvarez logra elevar la anécdota a situación debe romperla para “explicar” el pasado del personaje o “presenciar” los actos terribles que permiten el feminicidio.

La propuesta del espacio es provocadora en principio, pero constantemente se “ensucia” porque los espacios, así como los personajes, conducen a nada. En esta ocasión el video-arte aporta muy poco, y eso incrementa las preguntas sobre qué eventos se confrontaron en el proceso creativo; por el trabajo previo de Álvarez se puede decir que la integración de multimedia le permite desarrollar un lenguaje donde las proyecciones son parte del discurso, aquí no ocurre, ¿por qué? Es difícil hablar sobre el trabajo de los actores, varias de las aparentes limitaciones vienen enraizadas en el texto, pero destaca Estela Rivera porque logra dar pequeños matices a su personaje central.

Vale la pena ver ¿Qué tan altos son los edificios de Nueva York? Para dar seguimiento al trabajo de Diego Álvarez Robledo, va construyendo un estilo particular, desarrolla los signos de su universo, y en esta ocasión llama la atención que esté a cargo de un texto no escrito por él. Pilar Cuoto es de esas actrices que siempre valdrá la pena ver en el escenario por la calidad de su trabajo, uno de los aspectos interesantes de su hacer es la versatilidad de personajes que elije. Sobre todo vale la pena apoyar la apuesta que realiza Aztikeria Teatro con este montaje dado que es una sociedad de creadores interesados en generar propuestas escénicas innovadoras.

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