Por Enrique Saavedra/ No recuerdo exactamente quién ni cuándo, pero alguien dijo alguna vez que para conocer el mundo, basta con mirar a través de la ventana de nuestro propio cuarto. Y algo así es lo que hacen los tres jóvenes que sobre el escenario componen y ejecutan el concierto sencillo e intimista en el que se convierte Memoria: combinación de sonidos y silencios, la creación colectiva de la naciente compañía Territorio Común.
Tamizamy, Mario y Omar no necesitan ser viejos para emprender el ejercicio de la memoria, a fin de reconocerse a sí mismos en las experiencias del pasado que los han deconstruido y construido como individuos y como miembros de una familia, de una sociedad, de una o más ciudades y de un país. Mientras Mario evoca la compleja relación con su padre, Omar comparte el duelo por su hermano muerto y Tamizamy narra la actual situación de violencia que predomina en su tierra natal. Tres historias comunes y fácilmente identificables en cualquier espectador, unidas por los sonidos.
Guiados por un mito judío que cuenta en tres momentos Hebzoariba Hernández, la directora del montaje, los tres actores van y vienen por el escenario hilvanando sus historias y tejiendo una misma: la de su amistad. Ficción y biografía se fusionan en un espectáculo sencillo y honesto que apela más a la riqueza de la palabra como causa y consecuencia del recuerdo, que al despliegue de movimientos que tal vez se esperaría de tres actores jóvenes recién egresados de la carrera de Literatura Dramática y Teatro. De hecho, este proyecto fue apoyado por el programa Incubadora de Grupos Teatrales de Teatro UNAM.
Si bien es clara la propuesta de que las historias de los tres actores son las de todos nosotros, hay algo en el tono del montaje que impide que algunos momentos de la obra trasciendan la mera anécdota personal y se conviertan en el referente universal y colectivo que se pretende. Amén de ello, tanto la música que interpreta Omar como el espacio escénico y la iluminación son aciertos que concretan un universo que nos recuerda a nuestro propio cuarto, ese punto desde donde el cual miramos a través de la ventana para descifrar, desde nuestro pequeño entorno, a todo el mundo.
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