Por Roberto Sosa/ La eterna mujer que encanta, seduce y mata; sus amantes la llamaban Katia, Mignon, Elena o Eva. Las cadenas atan su cuerpo dentro de un cubo-prisión. El relato trae a los hombres que amó, cada uno ve una mujer diferente, la que sueñan e imaginan. Contra Lulú se rompen la voluntad del hombre, poseerla implica la ruina y la degeneración. Con cuatro hombres se articula la narración.
De Itzhel Razo, Lulú. El espíritu de la tierra, es una versión del original de Frank Wedekind. Abordar un personaje como éste, con esta complejidad y con estas características es todo un reto; se atreve y creo que logra un buen resultado. La dirección la comparte con David Hevia, dos miradas que confluyen sobre personaje cismático y divergente.
Wedekind escribió la primera versión en 1894, Lulú, una tragedia monstruo, una descarnada denuncia de la hipocresía de su época. La dura acción de los sensores, lo obligó a reescribirla, la dividió en dos para poder representarla. De la fragmentación del primer texto surgieron: El espíritu de la tierra (1895) y La caja de pandora publicada en 1902. En esa época la obra fue calificada de inmoral y poco artística.
En esta versión, Razo propone una Lulú libre, desde una visión que redime a la mujer; es un espíritu que se acerca a lo salvaje, encadenada para contener su cuerpo, no así su brío y su energía. Su cuerpo encerrado dentro de un cubo, es una metáfora, el símbolo –mi percepción- de la mujer libre que no consiente ser sometida: “Háblame de tus orificios y te diré quien eres…”.
La adaptación cuestiona el rol de la mujer en la sociedad. La historia es con un hombre maduro, rico e influyente que recoge de la calle a una hermosa mujer. En retrospectiva recorre los pasajes de su vida y su pasado. En este viaje, Lulú replantea su identidad dentro de un mundo contemporáneo. La mujer que es vista como objeto de placer. La síntesis que hace Itzhel Razo con este personaje, es encomiable.
Sara Montero es Lulú, su trabajo actoral es impecable, refleja y preserva la esencia de su personaje. Su belleza es salvaje. La acompañan sobre el escenario Enrique Campo, Damián Cordero, José Alberto Gallardo y Carlos Alexis Nava. La música en vivo es de Teresa Arias con el violonchelo, creo que fue un desperdicio –mi opinión-, ejecutó muy poco, se escuchó más la música grabada que su instrumento.
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