Por Enrique Saavedra/ Estamos tan acostumbrados a ellos, que es probable que ya no advirtamos todo lo que conlleva la existencia de un muro que divide un sitio de otro y separa a un ser humano de otro, sobre todo cuando se tratan de los miembros de una familia. Por eso, la síntesis que sobre este tema se logra en Frontera Norte es un golpe certero para quienes vivimos en un país que sabe de muros físicos y simbólicos.
La obra nos presenta a seis niños que un buen día, al caminar juntos rumbo a la escuela, descubren a varios hombres extranjeros trabajando en una nueva construcción. Lo que al principio les permite dar rienda suelta a divertidas especulaciones sobre lo que será el edificio, se convierte en una experiencia definitiva de sus cortas vidas: se yergue un muro altísimo para separar el sur del norte y eso es suficiente para que enseguida sus vidas, sus proyectos y sus sueños se trastornen por completo.
En estos tiempos –me refiero a los años, las semanas y los días recientes– en los que el mundo ha dado muestra de los alcances del odio y la indolencia, es más que pertinente y relevante escuchar este texto de la quebequense Susanne Lebau –la dramaturga que redefinió el camino del teatro para niños y joven público– que en el montaje de la directora Sandra Rosales adquiere un nivel poético a la vez delicado y desgarrador.
Los seis actores conforman un ensamble espléndido. Ellos siempre son los niños y ellas son niñas y también el coro de mujeres que potencia el realismo de la obra. Asur Zágada, Alejandra Garduño, Bernardo Benítez, Mayari Acosta, Bruno Benítez y Abraham Jurado consiguen conmovernos con una situación desgraciadamente más cercana de lo que queremos aceptar. Su actuación está muy bien apoyada por el espacio y la luz que propone Ismael Carrasco y la música de Raúl V. Chagoyán.
Con esta obra de la autora de El ogrito y El ruido de los huesos que crujen, queda constatado que el mejor teatro para niños que se hace en nuestro país es aquel que, si bien mantiene interesado a los más pequeños, logra deshacer la caparazón de los adultos y conmoverlos con la visión que, desde la infancia, se tiene sobre el hecho absurdo de levantar muros y barreras no solo entre países, sino también en la casa, en la escuela, en el trabajo, en el parque, en un bar…
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