Por Roberto Sosa/ La historia transcurre en el verano de 1963, en un centro vacacional en las montañas de Catskill, Nueva York. Los jóvenes mencionan y se refieren a los sucesos de ese año: el asesinato del presidente John F. Kennedy; el “sueño” de Martin Luther King; la marcha por la dignidad, la libertad y los derechos de los negros en Mississippi.
El sitio se llena de música y bailes. En ese año, -si no me equivoco- el rock and roll estaba de moda, aún no llegaban a los EE UU, The Beatles y la Ola Inglesa, una corriente musical que invadió en los 60s, la Unión Americana. Desde esta perspectiva, 1963 fue de transición. Con “Vaselina” ya se habló y bailó del rock and roll, de acuerdo. En Dirty Dancing los ritmos son el swing, mambo, chachacha, salsa y hasta un tango. Para el público norteamericano esto sería evocar su pasado, para el espectador mexicano, no creo.
En este musical no se escuchan las melodías, ni los cantantes que en nuestro país estaban de moda que nos llegaban allende la frontera, bueno ni siquiera una melodía de The Platters, el rey Elvis o algún otro que regresara en la memoria al público asistente. El vestuario está perfecto con la época, las coreografías impecables y excelentes voces. Los cuerpos de todos los bailarines (ellos y ellas) están perfectamente esculpidos por la disciplina y el ejercicio.
No obstante, la historia no se abraza con los bailes; el relato es simple, sin fuerza y con algunas escenas inadmisibles, ejemplo: la protagonista se mete en la habitación de quien está enamorada, pasan la noche juntos, amanece y la niña sale ¡vestida de la cama!! Con jeans y blusa ¿Quién se duerme vestida después de coger con el galán toda la noche? Sino querían ser muy atrevidos –por el público juvenil- pues no hagan escenas de cama.
Las actuaciones son flojas, excelentes en los bailes, no así en las interpretaciones; como actores son buenos bailadores. Cabe señalar que la obra cuenta con una gran producción, eso sí, se invirtió mucho dinero, se ve y se nota; todos los elementos escénicos están bien diseñados y bien construidos. Iluminación, multimedia y música conforman un espléndido espectáculo.
Sin embargo -mi opinión- la obra no conecta con el espectador, lo repito no hay música, ritmos y canciones con las que el público de México se identifique; sí hay ovaciones y reconocimiento por lo que se presenta, pero me faltó ver a la gente con el ánimo de cantar y bailar con lo que escuchaba y veía desde el escenario. Además el lugar donde se presenta, otrora fue un cine, el escenario no cuenta con la isóptica de un teatro; ni la acústica, se tiene que usar micrófonos para escuchar los diálogos.
Dirty Dancing de Eleanor Bergstein, se presenta con la dirección de escena de Federico Bellone y coreografías de Gillian Bruce. Escenografía Roberto Comotti, vestuario Jennifer Irwin, Iluminación Valerio Tiberi y audio Armando Vertullo. Actúan y bailan: Ximena Nava, Diego de Tovar, Luis Medina, Elsi Colleen, Gabriel de Cervantes, Carolina Laris, Crisanta Gómez, Rodrigo Llamas, María E. Gallegos, Sergio Jurado, Juan Pablo Ruiz, Abel Fernando, Xavier del Valle, Neisma Ávila, Ignacio Nass y Vinicio de la Vega y diez más entre alternantes y covers.
La música en vivo es de Aldo Torres (bajo), Jorge Fernández (batería) y Gerardo Mancilla y Omar A. Alba (saxofón), bajo la dirección de David Federico Suzawa.
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