Por Saúl Campos/ La profeta ha sido elegida, ella será la encargada de sostener el poder de Dios sobre sus manos y llevar este mensaje por la tierra, atestiguando por doquier y haciendo una sarta de milagros para poder desviar la devoción que la gente tiene del creador sobre ella, y así entonces, permitirle al viejo Dios lograr el descanso eterno. Una vez que la gente deje de creer en él, él podrá dejar de existir. El plan es perfecto, sí, pero hay un ligero problema: ella se niega a aceptar su condición divina, tanto que prefiere huir, ¿la cuestión?, decidir entre ser Dios, o no ser.
Bien dicen que de religión y política mejor no hablar, sin embargo, los hombres tenemos una necesidad inmediata por reconocer la existencia de un todo poderoso cada que las cosas salen mal o que buscamos obtener una ayuda externa para resolver los problemas. En Dios. O No Ser, David Gaitán busca retratar esta necesidad partiendo de un juego entre gato y ratón, llegando hasta tonos apocalípticos, en una narrativa que, -a pesar de no ser la más sólida del dramaturgo y que tiene momentos llenos de datos duros, la vuelven lactosa (por aquello de la pesadez)-, logra ir creciendo sobre sí misma hasta atrapar al espectador dentro de la historia misma.
Esta historia brinca del drama, al documental, al thriller, a la comedia y de vuelta, en una especie de círculo vicioso que aún cuando tiene el camino listo para seguir, retoma ideas para crecer la historia y volver a explicar la situación, lo cual al final se agradece pues a pesar de ser una trama que requiere de una concentración absoluta por parte del espectador, se va resolviendo con mayor sencillez.
Definitivamente esta no es una opción de divertimento ligero. Los primeros 30 minutos de la obra logran poner verdaderamente a prueba a cualquiera que ocupe la butaca, ya que pareciera que autor y director acordaron el no hacer tan fáciles de entender las situaciones para nadie que no se haya preguntado en algún momento el sentido de la vida en la tierra. Así Martín Acosta decide una dirección que baila entre momentos totalmente comerciales y escenas dignas del teatro universitario más alternativo, lo cual funciona, confunde, pero funciona al final.
Para contar esta historia, la clave es la actuación de Diana Sedano, logrando sostener en todo momento una verdad que acerca a la auténtica desesperación de no poder controlar las decisiones de uno mismo y del resto del mundo, no por un asunto de poder, sino por algo más complejo, quizás la moral. Por su parte el resto del elenco cumple para apoyar a la actriz principal, con momentos auténticos.
Realmente el discurso adquiere un gran valor en cuanto se deja la intención de exponer a quienes ven en el conocimiento un opresor que los baja de nivel. Siempre será más fácil juzgar a la distancia o por envidia antes que refutar con palabras sustentadas en actos. Aunque quien tiene el poder no siempre tiene la razón sobre sus decisiones o bien, ideas claras para ejecutarlas. La envidia ciega, la desesperación también.
Al final la obra trasciende como un producto de gran calidad que seguramente continuará tomando fuerza para ser totalmente fuerte; y al mismo tiempo una exploración y disertación teológica que, sin lugar a duda abre un espacio de reflexión para saber en dónde debe uno depositar realmente los esfuerzos y sacrificios. En uno mismo, por ejemplo.
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