Por Óscar Ramírez Maldonado / Son varios los factores que explican que una obra que se estrenó en 1985, escrita por el dramaturgo Larry Kramer y en gran parte autobiográfica, pueda seguir conmoviendo, cimbrando y transformando a las personas casi 30 años después de haber sido creada. Sin duda, como en toda obra que es capaz de tocar al espectador, tiene que ver la manera en que se logra alcanza eso que solemos llamar “lo universal” y que sea un texto que funcione en varios y muy distintos niveles. Estos requisitos los tiene, sin duda alguna, la puesta en escena de Un corazón normal que, bajo la dirección de Ricardo Ramírez Carnero, actualmente se presenta en la Ciudad de México.
Un corazón normal habla de un grupo de hombres homosexuales de la ciudad de Nueva York, que al inicio de la década de los ochenta del siglo XX se organizan ante una extraña enfermedad que se extiende como epidemia entre la comunidad gay. Ante esta enfermedad, que más tarde sería conocida como VIH/SIDA, el gobierno y los medios de comunicación prefieren mirar hacia otro lado y pretender que nada sucede.
No hay metáforas, un tema puntual y bien definido en el espacio y el tiempo es contado de manera muy efectiva -sin otro recurso que una narración cronológica y lineal- por el dramaturgo norteamericano. Entonces, ¿dónde está el secreto para lograr hacer de esta puesta en escena un montaje extraordinario? Una razón evidente es el estupendo elenco que esta producción logra conjuntar; la gran mayoría de sus integrantes tienen una larga carrera en teatro y cada uno de ellos logra una impecable interpretación sobre el escenario.
Un muy práctico y funcional diseño de escenografía, realizado por Miguel Ángel Álvarez, y un diseño de iluminación y video muy efectivo por parte de María José Secco, dan soporte a este grupo de actores integrado por un extraordinario Hernán Mendoza, Édgar Vivar, Pilar Boliver -estupenda-, Eduardo Arroyuelo, Juan Ríos, Horacio Villalobos, Pedro Mira, Miguel Conde -con una gran actuación -, Carlo Guerra y Juan Ugarte.
Sin embargo, un buen elenco, un texto efectivo y universal, y una producción bien cuidada es lo mínimo que a buen montaje le debemos pedir. La pregunta sigue en pie: ¿en dónde se encuentra lo que mantiene tan vigente a este texto?
Tal vez el secreto está en que Un corazón normal toca al público porque es una historia profundamente humana, que nos habla de los mecanismos y los resortes que el ser humano pone en acción cuando interactúa con otros y busca objetivos comunes. Es un obra que nos dice que en toda sociedad las derrotas y los triunfos no son individuales, sino colectivos. Que hay que seguir luchando a toda costa. Que sin solidaridad no podemos enfrentar la intolerancia y el miedo, que sin ella no podemos perdonar ni ser perdonados. Que sin amor no existe lucha posible.
Es también una obra llena de la frustración de quien, como Kramer, vio morir a sus amigos por la apatía y la soberbia, tanto de las autoridades como de la comunidad homosexual de Nueva York. Es un grito y un llamado de atención sobre nuestros errores como sociedades. Es una denuncia en contra de la ignorancia, el conservadurismo, la mentira, el miedo, la apatía, pero sobre todo el silencio, que permitieron que esta enfermedad, al paso de los años, infectara a hombres, mujeres y niños, en todo el mundo. Se calcula que hasta la fecha han muerto 36 millones de personas por el SIDA y que aproximadamente 38,8 millones de personas viven con VIH.
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