Por Óscar Ramírez Maldonado / Los arrepentidos es una historia extraordinaria, que paradójicamente no nace de la ficción sino que se origina en el mundo real. Este drama documental, escrito por Marcus Lindeen, surge de una serie entrevistas videograbadas entre dos hombres que decidieron cruzar la línea de los géneros y se sometieron a una operación para cambiar de sexo y luego -por distintas circunstancias- decidieron dar marcha atrás.
La anécdota suena dura, incluso tal vez árida, lo que podría resultar en un drama oscuro y difícil de digerir. Nada más lejano de ello, el resultado que obtiene su director, Sebastián Sánchez Amunátegui, es un montaje profundamente humano. De la mano de dos grandes del escenario, Margarita Sanz y Alejandro Calva, el director encuentra el tono perfecto para no restar ni un grado de intensidad a esta historia pero hacer de ella una experiencia profundamente interesante para el espectador. Una experiencia que incluso tiene espacio para momentos divertidos, una experiencia que toca fibras profundas y conmueve, que habla de la identidad humana y de la necesidad de ser aceptado.
Es por esto que Los arrepentidos le puede hablar a todo ser humano; evidentemente no porque todos vayan a tomar una decisión tan radical como los personajes de este drama, sino porque cada uno de nosotros cada día debe reinventarse y asumir el resultado de sus decisiones. Más que enfrentar las cosas como hombre o como mujer, dice Orlando -interpretado por Margarita Sanz-, hay que enfrentarlas como ser humano.
Esta puesta en escena cuenta el diseño escenográfico de Hania Robledo y la iluminación Xóchitl González, quienes crean un espacio discreto e ideal para los fines de esta obra: un par de sillas, una mesa, luces precisas y el apoyo de imágenes en una pantalla nos permiten disfrutar de estos impresionantes actores.
Margarita Sanz y Alejandro Calva demuestran sobre el escenario su enorme categoría y nos conmueven con sus actuaciones. Mikael, interpretado por Calva, con su gran tamaño se esconde detrás de unos lentes oscuros para hablarnos de la enorme soledad y el miedo; Orlando (Sanz) muestra abiertamente su fuerza y determinación -reales o pretendidas-, que se parecen en cierto sentido a las espinas de la rosa del libro de El Principito, que como pequeñas garras las muestra para evitar a toda costa sufrir nuevamente de las dolorosas heridas que el amor puede dejar y sentirse al menos protegida.
