Por Alejandro Klerian Ramírez / Muy bien protagonizada por María Rojo (Daisy Brooks), Ari Telch (Bobby Brooks) y por Salvador Sánchez (Jack), la obra El chofer y la Sra. Daisy, actualmente presentándose en el Teatro Rafael Solana-Centro Cultural y Social Veracruzano-(Miguel Ángel de Quevedo 687, Colonia Cuadrante de San Francisco, Coyoacán), nos envuelve bajo una amistosa, conmovedora y a la vez difícil relación humana, que se suscita entre un chofer (Jack) y una señora judía (Daisy Brooks).
Ubicada en Atlanta, Georgia, Estados Unidos, entre los años de 1948 a 1973 -época de fuerte lucha de las clases marginadas en aquel país por conseguir los mismos derechos civiles que las demás clases “privilegiadas”-, la obra en cuestión fue escrita en 1987 por Alfred Uhry y en el año de 1989 se hizo una adaptación cinematográfica que obtuvo el Oscar a la mejor película.
Así, independientemente a la valiosa relación humana que van forjando los protagonistas, la obra enmarca los ideales de Martin Luther King (1929-1968), infatigable luchador en pro de los derechos de la población afroamericana, quien por lo mismo se hiciera acreedor al Premio Nobel de la Paz en 1964.
Este montaje nos presenta como una relación de trabajo, en la que un chofer debe transportar a una señora mayor de edad, recibiendo éste su pago vía el hijo de la señora, se convierte en una íntima e intensa relación humana, cobijada bajo el innegable paso del tiempo. Una relación sí de necesidad, pero más bella por sus ideales, cariño, comprensión; una relación sí de necesidad, pero más bella porque nos recuerda la importancia y existencia de un pequeño factor, tal vez y por desgracia ya un poco olvidado hoy en día, ese “pequeño” pero, por fortuna, invaluable y aún presente factor: el factor humano.
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